- ¡Feliz Navidad!
- Feliz, Navidad.
Desde hace algún tiempo he ido guardando en una caja roja algunas historias, relatos, microcuentos y pensamientos. Algunos reales, otros imaginarios. Ahora los comparto con vosotros...
jueves, 24 de diciembre de 2015
lunes, 14 de diciembre de 2015
viernes, 27 de noviembre de 2015
Maratón
Casi un año pensando en
ello, 16 semanas de entrenamientos, unos 500 kilómetros de
preparación, algunos dolores de rodilla, tendones y otros que ya no
recuerdo, 15 sesiones de fisioterapia, cientos de ejercicios de
estiramientos, ciertas renuncias a los alimentos que más me privan
(menos de las que hubiera debido), varias sesiones en muy buena
compañía (más de las que hubiera imaginado), instantes puntuales
de dudas razonables, días de calor, de frío, de lluvia y de viento,
muchos ánimos de gente cercana y no tan cercana, casi 4 kilos menos
de peso, continuas duchas de agua fría para las piernas, unos pocos
madrugones domingueros, horas y más horas corriendo en soledad...
Después de todo esto, ya
sólo quedan 42 kilómetros (y 195 metros). Los últimos, los más
difíciles, los más emocionantes, los más esperados y los más
temidos.
No sé si conseguiré
llegar. Y, si llego, no sé en qué condiciones lo haré. No sé
cuánto me costará recuperarme ni si algún día me volverá a
apetecer salir a correr. Tampoco tengo nada claro en estos momentos
que quiera repetir esta experiencia y pasar de nuevo por todo esto
en el futuro.
Pero lo que sí sé es
que, pase lo que pase, ya habré alcanzado mi meta. La meta de haber
completado toda la preparación y colocarme en la línea de salida.
La meta de saber que se puede conseguir algo con esfuerzo y
constancia, superando adversidades, disfrutando de los momentos
buenos. La meta de tener la certeza que se pueden alcanzar los
objetivos (razonables) que te planteas si realmente lo deseas. La
meta de conocerme un poco más a mi mismo, mis límites y mis
aptitudes, de superarme un poco cada día. La meta de saber tener
paciencia y no esperar a que todo suceda ya. La meta de tratar de
controlar la mente para que la mente trate de controlar al cuerpo.
La meta de aprender a sufrir un poco para saborear mejor los
resultados.
Así que, si el domingo no
puedo con los últimos kilómetros y no recibo ninguna medalla, me
dará igual. Porque yo ya me he llevado mi premio.
martes, 3 de noviembre de 2015
Microcuento
Mientras perseguía un imposible descubrió que lo inesperado era siempre lo más probable.
domingo, 27 de septiembre de 2015
viernes, 28 de agosto de 2015
Imagina
Imagina que
vives en un país que está en guerra. Que tu objetivo de cada día
es evitar que te mate una bomba o un disparo. Que ves como algunos de
tus amigos y familiares ya no están contigo. Que intentas por todos
los medios que tus hijos no descubran lo cruel que es una situación
así. Que algunos de tus vecinos pueden delatarte simplemente por
pensar diferente o profesar otra religión que no es la suya. Que la
comida escasea cada vez más y que las casas son destruidas a tu
alrededor sin importar si hay alguien viviendo dentro.
Imagina que
vives en un un lugar sin recursos. Un lugar en el que la pobreza no
es una excepción, es la norma. Un lugar donde sabes que el hambre
convive con prácticamente todos los que viven allí y en el que la
esperanza de vida se va reduciendo cada año. Un lugar en el que, a
pesar de ser tu hogar, no quieres estar nunca más.
Imagina que
alguien sin escrúpulos te hace saber que tienes oportunidad de una
vida mejor en otro sitio. Alguien que te promete que, a cambio de una
cantidad de dinero que ni siquiera puedes reunir por ti mismo, puedes
cerrar este capítulo y conseguir lo que jamás soñaste con llegar a
tener. Alguien que te insiste tanto en que es posible, que consigue
que superares el miedo a perder la vida en el intento.
Imagina que
llegas una noche a la orilla del mar donde te espera una barcaza, con
pinta de poco resistente. Y donde esperan otras decenas de personas
que también han sido convencidas por el tipo sin escrúpulos que se
frota las manos contando los billetes que has conseguido reunir.
Decenas de personas en las que sólo ves miedo y desesperación, lo
mismo que ellos ven en ti. Imagina que en lugar de la orilla del mar
es el comienzo de un desierto, la ascensión a una escarpada
cordillera, una carretera inhóspita o una enorme valla metálica a
la que tienes que escalar.
Imagina que,
mientras estás en la barcaza en mitad de un mar embravecido,
caminando en la oscuridad de la noche, escondido en algún recoveco
de un camión o encaramado en la valla metálica, piensas en los
tuyos. En esos que saben que te has marchado y que no tienen manera
de saber de ti durante días o semanas o incluso meses. Imagina que
cuando estás allí, piensas en todos los que salieron antes que tú
y nunca llegaron. Los que se quedaron en el camino, ahogados,
enfermos, despeñados, atropellados... Esos que fueron tan valientes
como tú y que no obtuvieron el premio que tú esperas. Esos que no
obtuvieron ningún premio, que sólo consiguieron una muerte
solitaria en mitad de ningún sitio.
Imagina el
frío, la humedad, el cansancio, la deshidratación, el hambre, el
temor a ser descubierto. Así durante horas, en las que sólo puedes
esperar. Esperar y rezar a algún Dios que evite que la barca se
hunda, que el camión se estrelle, que las fuerzas flaqueen, que el
desanimo se contagie, que la esperanza se pierda.
Imagina que
consigues sobrevivir al viaje y llegas a tu destino. Ese lugar que tú
esperas como un paraíso y en el que te reciben como un problema, no
como el ser humano que eres. Un lugar en el que existen unas leyes
que no conoces y en las que apareces catalogado como delincuente, sin
tener en cuenta de dónde vienes o lo que has sufrido. Ese en el que
se mezclan los llantos de los niños con las súplicas de las madres
para que les dejen estar. Ese lugar en el que no entiendes qué te
dicen, pero sí comprendes que no eres bien recibido.
Imagina que
tienes la suerte de pasar al otro lado y llegar a un lugar
completamente desconocido, en el que no conoces a nadie y en el que
algunos te odian por ser simplemente diferente. Imagina que tienes
que buscar una manera de ganar dinero para poder alimentarte, para
poder pagar un sitio en el que dormir, para intentar contactar con tu
familia para decirles que estás vivo, para hacérselo llegar a tus
hijos o tus padres y que puedan vivir un mes más. Y que otro
individuo sin escrúpulos te ofrece una miseria a cambio de
esclavizarte y tener que trabajar mil horas escondido en algún
taller clandestino o vendiendo cualquier cosa en playas, plazas,
mercados... Ocultándote siempre de la policía y de los indeseables
que quieres echarte de su país para que no le quites el trabajo.
Imagina si
no te plantearías si a esto se le puede considerar vida.
¿Te cuesta
imaginártelo? Pues es la realidad de cada día de muchísimos seres
humanos.
martes, 4 de agosto de 2015
lunes, 3 de agosto de 2015
Letra a letra
Llevas una
vida en la que todo encaja, jugando cada día a que hoy sea perfecto.
Colocas con cuidado cada una de tus fichas, para que todo siga en
orden. Es verdad que, en ocasiones, las jugadas no son tan buenas
como quisieras y las fichas te dan una mala puntuación. Pero sigues
jugando, no lo puedes evitar. Es por culpa de esa especie de adicción
que supone el no saber qué vendrá después, qué jugará el otro,
cómo acabará la partida. Sabes que puedes ganar pero también sabes
que puedes perder. Bien o mal, todo va encajando en el juego de la
vida.
Pero cuando
menos lo esperas, algo se cruza, alguien te encuentra, lo que nunca
imaginabas que pasaría, pasa. El azar es así de inesperado. Es
parte de su encanto. Un día, casi sin darte cuenta, tus fichas se
descuadran y todo se descoloca. No lo has visto venir, ha sido sólo
un instante. Zas! Todo ha cambiado de golpe.
Antes
pensabas a menudo en que te DESNUDARA y ahora tu único pensamiento
es que te quieres DESANUDAR. Antes nadie os podía DESVIAR de vuestro
camino y ahora los días son DERIVAS infinitas. Antes tenías una
COSA y ahora tienes el CAOS. Antes ERAMOS AMORES.
Y ahora,
¿qué?
La parte
negativa es que nadie conoce tus fichas, sólo tú. Nadie puede
ayudarte a ganar. La parte negativa es que no conoces las fichas de
los demás. ¿Cómo saber entonces cuál debe ser tu siguiente
movimiento? Es muy arriesgado porque un movimiento en falso y todo
acaba. Una ficha mal colocada y pierdes de nuevo la partida. Y tú ya
has perdido demasiado. En realidad, a nadie le gusta perder. Hay
quién te recomienda que preguntes a los demás qué fichas tienen,
así sabes a qué atenerte. Claro, qué sencillo parece todo cuando
no eres uno de los jugadores. ¿Y si no te responden? Peor aún,
¿cómo sabes si te están diciendo la verdad? ¿Confías en que los
demás jugadores sean igual de leales que tú? Nadie puede estar
seguro de eso. Incluso dudas de ti mismo, de cómo de leal serías si
alguien te las preguntara a ti.
Entonces,
¿qué?
La parte
positiva es que sabes que, cuantas más partidas juegues, más irás
aprendiendo. Además, tus fichas las gestionas tú y sólo tú las
conoces. Puedes guardarte alguna para colocarla más adelante. Puedes
esperar a qué te llegue la ficha que mejor se adecua a tu juego.
Puedes cambiar de fichas si las que ya tienes son difíciles de
colocar. Puedes pasar de jugar por un momento, dejando el peso de la
partida a los demás, para darte tiempo a pensar mejor la jugada. La
parte positiva es que ganar el juego está también en tus manos.
Así que tú
decides... ¿Juegas?
martes, 14 de julio de 2015
Había una vez...
Había
una vez un Niño que, ya desde pequeño, le gustaba más jugar solo
que con otros niños. Algunos de ellos pensaban que era un poco raro.
¿Cómo
le puede gustar más estar sólo que jugando con nosotros? ¡Eso es
muy aburrido!
Los mayores decían que lo hacía porque era tímido. A veces, le
obligaban a jugar con los demás. No
puedes estar solo, tienes que jugar con los otros niños.
Lo
que nadie sabía es que el Niño prefería estar sólo porque así
podía inventarse todos los juegos que él quisiera, con las reglas
que quisiera, con la gente que quisiera, sin ninguna limitación más
allá de su propia imaginación. Así conseguía que sus juguetes
hicieran cosas increíbles que no se les ocurrían a otros niños.
Además,
al Niño le encantaba leer. Se podía pasar las horas sentado en la
misma posición, casi sin moverse, leyendo cuentos, tebeos y, sobre
todo, libros de aventuras. No había nada más placentero para él
que descubrir en cada página a nuevos personajes, nuevos lugares y
nuevas historias que casi podía vivir en primera persona y que podía
recrear en cualquier momento con sus juguetes. No sabía si alguna
vez iría a Rusia, pero sabía los peligros que allí le podrían
esperar si tenía que cruzarla para entregar una carta. Quizás no
viera nunca un submarino, pero era capaz de viajar en uno una
distancia de veinte mil leguas en una sola tarde. Puede que jamás
encontrará el mapa de un tesoro, pero conocía una isla en la que
los piratas escondían uno a buen recaudo.
El
Niño nunca veía las noticias en la televisión ni leía los
periódicos. Todo lo que allí aparecía eran historias tristes que
no gustaban a nadie, al Niño tampoco. Un día se le ocurrió que él
podría escribir su propio periódico, con noticias que todos
quisieran leer. No debía ser muy difícil, aunque nunca hubiera
escrito ninguna. Así que cogió un cuaderno en blanco y escribió en
cada página la noticia que le gustaría leer: un coche de policía
volaba a la Luna con un equipo de astronautas para jugar un partido
de futbol con los extraterrestres, los indios y los vaqueros ponían
fin a la guerra y firmaban la paz en el fuerte, triunfaba un nuevo
grupo musical que tocaba con raquetas como si fueran guitarras y con
la papelera como si fuera un tambor, el Rey daba un discurso para
anunciar que ampliaba las vacaciones escolares un mes más...
Al
Niño también le gustaba Raquel. Era la niña más guapa del
mundo. Bueno, no conocía a todas las niñas del mundo. Ni siquiera
conocía a todas las niñas de su colegio. Pero sí conocía a todas
las niñas de su clase y ella era la más guapa de todas. Supo en
clase de lengua que le encantaba la poesía. Así que el
Niño le escribió en una página especial de su cuaderno una poesía
que se titulaba “Para
Raquel”.
Puede que "pelo" con "cielo" y "sonrisa"
con "brisa" no fueran las mejores rimas que un poeta
pudiera escribir, pero el Niño pensó que a Raquel le gustarían
mucho. Fue una pena que Raquel se marchara del colegio ese mismo
curso y nunca leyera la poesía. Aun así, El Niño siguió
escribiéndole poesías, por si algún día ella regresaba.
En
ese cuaderno el Niño también escribía cuando se sentía muy triste
o cuando se sentía muy alegre. El cuaderno siempre le entendía,
nunca le replicaba, siempre se alegraba por él, nunca le ponía
pegas. Era muy fácil contarle todo al cuaderno. Además, cuando
releía las páginas anteriores, le ayudaban a sentirse mejor,
dándose cuenta que nunca nada fue tan terrible y que siempre se
encontraba un motivo para sentirse mejor.
Con
el paso de los años, el cuaderno del Niño se fue quedando en el
olvido. Tenía demasiadas obligaciones y no le quedaba tiempo para
escribir nuevas noticias imaginarias. Como sólo el Niño conocía la
existencia del cuaderno, al final acabó por desaparecer. Quizás se
perdió en alguna mudanza, quizás se lo llevó alguno de los
personajes de las historias a uno de sus viajes y ya no quiso volver.
Sin
embargo el Niño nunca olvidó que siempre hay nuevos cuadernos en
los que poder escribir. Y, de vez en cuando, encuentra el tiempo
suficiente para imaginar una nueva historia y volver a escribir, al
menos, una nueva página.
domingo, 12 de julio de 2015
martes, 7 de julio de 2015
Hoy
Huellas en la arena de
una playa sin mar.
Cenizas de una hoguera
que murió.
Recetas de cocina sin una
pizca de sal.
Canciones que sólo el
espejo recitó.
Libros de aventuras que
no tienen final.
Noches en vela sin luna
ni sol.
Mañanas de silencio al
despertar.
Dioses que hipotecan su
perdón.
Sombras sin un dueño al
que espiar.
Juegos en tableros de
cartón.
Nombres que no se pueden
ni nombrar.
Almas vagando alrededor.
Palabras que el viento no
se quiere llevar.
Amantes huérfanos de
pasión.
Hijos sin regalo en
Navidad.
Heridas que sólo el
destino decidió.
Caminos por los que no se
puede regresar.
Tormentas de reproches
sin control.
Tostadas untadas de
verdad.
Pecados que el santo
confesó.
Risas que se camuflan
entre la soledad.
Lágrimas que simulan
emoción.
Errores reiterados al
errar.
Permisos para volar sin
dirección.
Danzas sin música, nada
que bailar.
Vacaciones en el limbo
del rencor.
Principios que nadie
quiere terminar.
Miedo a volver, donde
todo empezó.
martes, 30 de junio de 2015
Sobre la empatía
Un
buen amigo me dijo hace no mucho una frase a propósito de la
complicada situación de la sociedad actual y de la actitud de
nuestros políticos frente a la misma: “Hace
falta menos simpatía y más empatía”.
Al margen de si estoy de acuerdo o no sobre la afirmación de mi
amigo, esta conversación me hizo reflexionar sobre la empatía y
cómo de importante es para el ser humano.
Según
el diccionario de la Real Academia Española, la empatía se define
como “Identificación
mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro.”
El concepto parece sencillo. Todos hemos conversado con algún amigo
o familiar, escuchando algún problema o conflicto que tiene en su
vida y le hemos intentado aconsejar sobre cómo actuar, diciéndole
frases del tipo “Si
yo fuera tú…”,
“En
tu caso yo lo que haría…”
o “Si
estuviera en tu lugar…”.
También todos hemos intentado animar a otro en momentos de bajo
estado de ánimo, tratando de convencerles, siendo supuestamente
objetivos y sin estar viviendo o sufriendo en primera persona ese
momento, que la situación mejorará y que saldrá del bache
emocional. Incluso, en algunos casos, nos atrevemos a asegurar que de
las malas experiencias, se aprende, se madura y se evoluciona como
persona.
En
muchas de estas ocasiones, estamos realmente convencidos de que somos
capaces de ponernos en el lugar del otro, de entender los problemas
de los demás, de saber cómo se sienten y de poder encontrar una
manera de solucionar o, al menos, ayudar a superar situaciones
complicadas.
Sin
embargo, no es tan sencillo, en mi opinión. Cada individuo vive su
propia vida desde un punto de vista único, el suyo propio,
completamente diferente de cualquier otro, por muy cercano que éste
sea. No conocemos nada más que aquella información que somos
capaces de percibir por nuestros cinco sentidos y que nuestro
cerebro, tras procesar y analizar en milésimas de segundo,
transforma en una imagen mental que entendemos como realidad. Por
tanto, para que dos personas tengan exactamente la misma percepción
de la realidad, es necesario que sus respectivos sentidos capten la
misma información y sus respectivos cerebros la procesen de la misma
manera.
Esto
también parece algo muy obvio. Seguramente al lector de estas líneas
también se lo parezca. Pero precisamente en esa aparente sencillez,
se esconde su inmensa complejidad.
¿Conoces
a alguien daltónico que distingue las luces de un simple semáforo
por su posición y no por su color? ¿Hay alguien en tu familia que
no coma algún alimento en particular porque su sabor le resulta
desagradable, aunque se cocine con la mejor receta posible y todos
los demás disfruten de él como un manjar? ¿Has oído un ruido
extraño en mitad de la noche y tu compañero o compañera te dice
que no ha escuchado nada? ¿Has percibido un olor que no sabes
identificar y al preguntar a la gente que te rodea nadie huele nada
extraño? ¿Alguna vez has comentado en casa o en el trabajo que
tienes frío y alguien, sentado justo a tu lado, ha respondido que
hace calor?
Si
has respondido que sí a tan sólo una de las preguntas anteriores,
acabas de descubrir que es prácticamente imposible que dos personas
tengan exactamente la misma percepción de la realidad. Cada persona
percibe la información sensorial de manera distinta y, por supuesto,
su cerebro la procesa de manera diferente. Y si esto ocurre con
aspectos relativamente simples y objetivamente medibles como un
color, un sabor, un sonido, un olor o una temperatura, ¿qué ocurre
con sentimientos más complejos, como la tristeza, la alegría o la
angustia?
Analicemos
un ejemplo típico de uno de estos sentimientos: el miedo. No es
extraño que los niños, en edades muy tempranas, sientan miedo a la
oscuridad. Precisamente por su corta edad, aún no han tenido tiempo
de aprender que, aunque no perciban nada a través de la vista debido
a la ausencia de luz, su realidad sigue existiendo aún si no la
pueden ver. En la práctica totalidad de los casos, el paso del
tiempo y, por tanto, el aprendizaje, les hace darse cuenta de que la
oscuridad no es algo de lo que tener miedo. Sin embargo existen
personas que no consiguen superar ese miedo y lo mantienen siendo
adultos, incluso cuando ya tienen un pensamiento supuestamente más
racional que el de un niño.
Esta
reflexión es extrapolable al resto de los sentimientos humanos. Los
sentimientos personales se basan, no sólo en la percepción
sensorial de la realidad, sino en los complejos procesos mentales que
relacionan todas esas percepciones. Y estos procesos mentales están
totalmente influenciados por la experiencia vital que ha tenido una
persona con el paso del tiempo: educación, sociedad, relaciones
personales, entorno geográfico, situación económica… Son
innumerables los aspectos que influyen en cómo el cerebro humano
procesa la información y la transforma en sentimientos que afectan
al estado anímico de una determinada persona.
En
definitiva, y tratando de extraer alguna conclusión práctica a
estas líneas, es prácticamente imposible comprender realmente cuál
es el estado de ánimo de una persona que no sea uno mismo. Y, por
tanto, es prácticamente imposible que exista realmente la empatía.
Si
se me permite el consejo, el lector debería tener en cuenta esta
conclusión en el momento de intentar resolver un conflicto con otra
persona. Por mucho que se esmere, nunca podrá realmente entender
cómo se siente “el otro”. En consecuencia, lo que a uno le
parece obvio y evidente en una determinada situación, puede no serlo
en absoluto para el otro.
Sin duda esta
reflexión sobre la empatía no es nueva y muchos otros antes que yo,
incluido posiblemente el propio lector, habrán entendido previamente
lo expuesto aquí por iniciativa propia. Como ejemplo reconocido de
esta misma idea y como colofón a la misma, cito un fragmento de un
poema de Ramón de Campoamor, poeta español del siglo XIX:
Y
es que en el mundo traidor
nada
hay verdad ni mentira:
todo
es según el color
del
cristal con que se mira.
miércoles, 24 de junio de 2015
Gente corriente
Nunca me han
gustado los aeropuertos. Alguien me dijo alguna vez que es por mi miedo a
volar, pero no es sólo por eso.
He llegado
en un taxi a las seis en punto de la mañana. El taxista se ha marchado
rápidamente en busca de su próximo cliente. No me ha dado las gracias por la
propina y no se ha despedido. Ni siquiera él va a despedirse hoy de mí. A pesar
de que aún no ha amanecido, ya hay mucho movimiento en la terminal.
Un ejecutivo
habla en voz demasiado alta por su teléfono móvil mientras se dirige a toda
prisa a la puerta de embarque. El traje de chaqueta impecable, una gabardina de
color camel en una de sus manos y una bolsa negra de ordenador portátil colgada
en bandolera. El pelo brillante y repeinado, con demasiada gomina, en mi
opinión. Intenta desesperadamente retrasar alguna reunión a la que no le da
tiempo a llegar.
Una pareja
de chicos jóvenes, muestran sin pudor su enamoramiento con caricias en las
mejillas y miradas tiernas. Ella llora, abrazada a la cintura de él, sin querer
separarse ni un centímetro. Él mira muy serio al infinito, intentando
vislumbrar un futuro que ve demasiado lejano. Me temo que se trata de una
despedida demasiado dolorosa.
Una señora
de avanzada edad mira perpleja los enormes paneles informativos, buscando en la
lista interminable de vuelos el que le llevará a su destino. Aún lleva puesta
una bufanda gris, envolviendo su garganta para evitar resfriados. Sujeta su
maleta con fuerza, para no dejar escapar los recuerdos que volarán con ella.
Una voz metálica,
impersonal, gris y fría, como la mañana que reina fuera, anuncia que no se
emitirán anuncios. Lo repite en otro idioma, por si alguien aún no ha entendido
que está anunciando que no se emiten anuncios. La voz metálica suena
exactamente igual cada media hora.
Una
limpiadora vestida de uniforme recorre la zona empujando lentamente su carrito.
Lleva unos cascos puestos, escucha cualquier cosa que le distraiga en su
jornada laboral. Recoge de vez en cuando con un cepillo algún papel que ha
quedado olvidado por el suelo. Igual de olvidada que se siente ella en este
país.
En los
mostradores de las líneas aéreas, sólo dos mujeres del personal de tierra atienden
a los pasajeros. Las dos con semblante desganado, repitiendo una y otra vez las
mismas preguntas y repitiendo una y otra vez la misma información. Puede que no
les quede mucho para ser sustituidas por una máquina que haga su mismo trabajo
sin cobrar ningún sueldo.
Un grupo de
cinco jóvenes aparece por una de las puertas de salida con cara de cansancio.
Un par de ellos llevan gafas de sol, intentando ocultar las ojeras. Destaca el
más alto de todos, no por alto si no porque va disfrazado de vaca, arrastrando
parte de su disfraz mugriento por el suelo. Los demás lo que arrastran son los
pies, agotados después de un fin de semana de fiesta y excesos continuos.
Un
repartidor mira angustiado el enorme reloj que preside el hall y acelera el
paso, haciendo tambalear parte de la carga que lleva. Casi corre y, a pesar de
ir en camiseta de manga corta y que estamos en pleno invierno, suda como un
atleta en mitad de una competición. Gira bruscamente por uno de los
pasillos y provoca que una de las cajas pierda definitivamente el equilibrio. Cae
dejando un enorme estruendo en el aire y una alfombra de periódicos por todo el
suelo. El repartidor resopla y pone sus brazos en jarra, intentando calcular
cuánto tiempo más le va a retrasar esto.
En uno de
los bancos hay tumbada una persona. Está tapada hasta la cabeza, no hay manera
de saber si es un hombre o una mujer. Toda su ropa necesita con urgencia un
buen lavado y planchado. Se apoya en una mochila enorme, más grande que ella,
que tiene pinta de no oler demasiado bien. No le despierta ni la voz metálica
que sigue sonando cada media hora ni el estruendo de los periódicos.
Un
desgarbado guardia de seguridad camina despacio, observando desconfiado a todo
el que se cruza con él. La porra se balancea a su paso y las esposas brillan al
reflejo de las lámparas enormes que cuelgan del techo. En la mano lleva un vaso
de plástico, humeante, recién sacado de la máquina. Ese café no debe saber a
café.
martes, 16 de junio de 2015
Café solo
- Café solo, por favor.
Lo pide el mismo cliente que, en los últimos diez días y sin faltar ni uno, entra al bar a las 10:30. Siempre puntual. Poco más de metro sesenta, con bastantes kilos de más y con una cara regordeta, brillante y demasiado infantil. Pelo más bien escaso y peinado con raya hacia un lado, para intentar disimular unas entradas que ya no hay quien disimule. Traje de chaqueta que no es de su talla y corbata de nudo Windsor mal ajustada, que lleva varios días sin deshacer. Parece una caricatura de sí mismo.
Se sienta solo al final de la barra, en la parte más cercana a la entrada a los baños. Escribe sin parar en su teléfono móvil hasta que le sirven su café. Se lo toma a sorbos cortos y rápidos. En menos de tres minutos ha apurado la taza y pide la cuenta. Aunque sabe que siempre será un euro con cincuenta, deja dos euros, por la propina. Vuelve a escribir en el móvil y se marcha.
Los camareros empiezan a especular sobre el cliente rechoncho. Están acostumbrados a que los habituales les saluden, hablan del tiempo o sonrían al despedirse. De alguno incluso saben dónde trabajan y hasta qué opinan de su jefe. Pero este apenas habla, a pesar de algún intento de los camareros por sacarle información. Cualquier pregunta o comentario es respondida con monosílabos, sin tono, casi sin mirarles. Prefiere conversar con su teléfono antes que con ellos. "Será tímido.", le justifica el menor de los camareros. "Será. Pero este tío da mal rollo.", sentencia el mayor de los dos.
Varios días después, en los que el cliente repite su breve coreografía sin variar ni un paso, los camareros deciden ponerle a prueba. Convencen a uno de sus clientes para que se siente al final de la barra, en la parte más cercana a la entrada a los baños. La excusa de gastar una broma al nuevo es motivo más que suficiente para que acceda. A las 10:27 los dos camareros y el cliente esperan sonrientes e impacientes que pasen los tres minutos. A la hora de cada día, la cara aniñada entra por la puerta acristalada del bar. Se detiene al ver su lugar ocupado y, sin decir ni una palabra, da media vuelta y se marcha. Las carcajadas de los camareros y el cliente se oyen desde la calle. "¡El gordo este ya no vuelve más por aquí!", se escucha nítidamente entre las risas.
Un día más tarde, a las 10:30, el cliente del móvil aparece de nuevo por la puerta y repite su rutina diaria.
- Café solo, por favor.
Los dos camareros se miran un poco desconcertados. El más joven se dirige hacia la máquina y lo prepara de inmediato. Se alegra de que el hombre esté escribiendo frenéticamente en su móvil cuando se lo sirve, así no podrá ver la vergüenza que reflejan sus ojos. Sin embargo, el tono tembloroso de la voz del joven camarero le delata: "Aquí tiene.". Y ni una palabra más de nadie en ese bar en los siguientes tres minutos. Sorbos cortos y rápidos, cuenta, dos euros encima del mostrador y sale del bar por la puerta acristalada. El camarero veterano se indigna: "¡Este tío ha venido a reírse de nosotros, a devolvernos la de ayer! Pues se va a enterar mañana, que le voy a estar esperando".
Llega mañana. Y le están esperando. En el mismo momento que el hombre regordete entra por la puerta, el camarero mayor le dice en voz alta "No nos queda café.". El tono es altivo, chulesco, incluso un poco despectivo. Desde el umbral de la puerta el cliente parece dudar. Mira hacia una de las mesas y ve una taza humeante de líquido negro. Puede oler el aroma que llega desde ella y casi siente la cafeína recorriendo su garganta. Escucha el ritmo machacón de la penúltima canción del verano, escupida por los altavoces del bar, martilleando su cerebro. Vuelve la vista al camarero, que le sostiene firme la mirada con los labios apretados. Parece que va a decir algo, pero se da la vuelta y se marcha del bar. "¡Hala! ¡A tocar las narices a otro sitio!" se oye en todo el local.
Un día más, llegan las 10:30. La cara aniñada se asoma al otro lado de la puerta de cristal del bar. Puede ver a los dos camareros charlando y riendo detrás de la barra. Se imagina que hablan de él y siente rabia por las burlas. En la mesa de la derecha está sentado el hombre que le quitó su sitio. Ríe las bromas de los dos camareros. Incluso parece que infla los mofletes, tratando de imitar su cara regordeta. Hay un anciano sentado en otra de las mesas, leyendo un periódico y sin prestar atención a la conversación de los otros tres.
Entra y se dirige directamente al final de la barra, en la parte más cercana a la entrada a los baños. Ignora el insulto del camarero mayor y la mirada incrédula del más joven. Obvia la risa divertida del cliente de la mesa de la derecha y ya ni siquiera recuerda al anciano del periódico.
- Café solo, por favor.
"¿Usted sabe qué es el derecho de admisión?", la voz de uno de los camareros le llega amenazante, desde muy lejos. Mira al camarero y siente que se abalanza sobre él, con los ojos rojos y los colmillos afilados. Una de las garras le sujeta por la corbata, siente el calor de unas llamas a su alrededor y oye los tambores de la muerte más y más cerca. Ve con claridad una guadaña en la otra garra de su atacante, acercándose a cámara lenta a su cuello. Se lleva la mano al bolsillo interno de la chaqueta y saca su revólver. Dos disparos a quemarropa y la bestia cae al suelo, a plomo, con un golpe seco que apaga su grito de dolor. Una segunda bestia, que seguro es hija de la primera, intenta también abalanzarse sobre él, con intención de matarle. Otro disparo más y la bestia hija rueda por el suelo entre alaridos horribles. A su espalda escucha más gritos y descubre una criatura sin forma, ni cara, ni extremidades, una especie de gusano gigante que huye arrastrándose hacia la puerta. Dos disparos por la espalda y el gusano se retuerce, esparciendo a su alrededor un viscoso líquido verde. El hombre de cara aniñada se gira y ve a un anciano palidísimo, los ojos cerrados, la boca abierta y un periódico aferrado entre las manos.
Esquivando los cuerpos sin vida de las bestias y el gusano, sale a la calle escribiendo en su móvil y preguntándose dónde podría tomarse hoy un café solo, por favor.
martes, 9 de junio de 2015
Diario
2
de mayo de 2015
He
estado hablando del tema con Ricardo. Le he explicado el plan que
tengo en mente, sin entrar en detalles, por si acaso. Al principio le
ha parecido una locura. La verdad es que, pensándolo fríamente y
desde fuera, es una locura. He tenido que confesarle las
circunstancias tan particulares que me obligan a llevarlo a cabo.
Bueno, "obligar" puede que no sea la palabra correcta. Pero
si quiero que algo cambie, tengo que tomar medidas. Y lo que tengo
clarísimo es que algo tiene que cambiar.
Al
final me ha dicho que no quiere participar. Aunque sabe que si la
cosa sale bien todo será diferente también para él, no quiere
correr riesgos innecesarios. Me ha prometido no contárselo a nadie y
le creo. Si hay alguien que considero leal, ese es Ricardo.
Así
que tendré que buscar otro socio. El problema es que no se me ocurre
nadie más de quién pueda fiarme.
5
de mayo de 2015
Esta
mañana me ha despertado el teléfono. No suelo recibir llamadas, así
que he pensado que debía ser algo importante o una nueva oferta para
cambiar de compañía. Ha resultado ser Ricardo. Me ha pedido que nos
reunamos mañana para tomar una cerveza en el bar de siempre. No sé
si será para volver a hablar del tema del otro día o para otra
cosa. Me intriga.
6
de mayo de 2015
Al
final Ricardo sí participa. Me ha confesado que la familia de su
hermana ha recibido la notificación para su desahucio. Se quedarán
en la calle antes de que acabe el mes. Su cuñado le importa una
mierda, pero su hermana y, sobre todo, sus dos sobrinos son lo único
que quiere en esta vida. No está dispuesto a que cada noche su
conciencia le recuerde que no hizo nada por ellos, que les dejó en la
estacada, como otros muchos le han dejado a él a lo largo de los
años.
Hemos
quedado mañana en mi casa para contarle todos los detalles y dejar
el plan cerrado.
Me
alegro de que Ricardo forme parte de esto. Le he prometido que todo
saldrá bien, que lo tengo todo pensado y que, con un poco de suerte,
todo será ya diferente para siempre. Espero no equivocarme.
7
de mayo de 2015
Ricardo
ha estado todo el día en casa. Llegó por la mañana y le estuve
explicando cómo irían las cosas. Creo que su papel está bastante
claro y no ha tenido muchas dudas al respecto. Le preocupa bastante
más lo que me toca hacer a mí. Aunque le he pedido que confíe, es
normal que le cueste. En el fondo él también depende de lo que yo
haga y no le culpo por no acabar de verlo claro.
Después
de comer hemos vuelto a repasar los detalles. Ricardo ha hecho un par
de llamadas y ha conseguido el coche que necesitamos. Yo de coches
casi no entiendo, pero sé que él es un auténtico experto. Lo
recogerá la semana que viene y lo dejará aparcado en una calle del
extrarradio hasta el día que decidamos. Allí pasará desapercibido,
según dice.
Cuando
el asunto del coche ha quedado cerrado hemos revisado el calendario
para fijar una fecha. El veinticinco nos ha parecido un buen día a
los dos, así que no hay más que hablar.
Ya
no hay marcha atrás.
24
de mayo de 2015
No
puedo pegar ojo. Le estoy dando demasiadas vueltas a la cabeza y sé
que no debo. Pero de pronto me ha venido la imagen de Ricardo
largándose de allí y dejándome tirado, con todo el marrón para mí
sólo. ¿Y si se raja a última hora? ¿Y si decide chivarse de todo
y mañana me encuentro en una encerrona? El último día que hablamos
me pareció notar que dudaba. No hablamos de lo de mañana, pero
estaba más serio de lo habitual... A lo mejor pensaba en su hermana
y sus sobrinos. O a lo mejor no se atrevía a decir que abandonaba.
Tengo
en el cajón algo que me ayudaría a dormir, pero mañana tengo que
estar en plena forma. Un descuido y todo se iría a la mierda...
¡Joder! ¿Por qué no inventan un botón para dejar de pensar? A mí
me vendría de puta madre ahora mismo...
29
de Junio de 2015
He
retomado este diario para hacer más llevadero el paso del tiempo.
Aquí hay poco que hacer y los días son muy largos.
Ayer
vino mi abogado y me ha comunicado que el juicio empieza el día
quince del mes que viene. Si el juez se porta bien y tengo un poco de
suerte, me caen cuatro años como mínimo. Intentará explicarles la
situación desesperada que tenía y mis problemas con las drogas, a
ver si sirve de atenuante. Pero parece que el policía de paisano que
me pilló va a testificar que estaba muy sereno en ese momento. ¡Qué
puta mala suerte! ¿Quién iba a pensar que el primer cliente del
banco de toda la semana iba a ser un policía? Si no hubiera
madrugado para estar allí a primera hora, no hubiera habido ningún
problema y ahora yo estaría en Jamaica, disfrutando de la vida y sin
preocupaciones.
No
he querido preguntarle al abogado por Ricardo. No estoy seguro de si
le pillaron también a él o pudo escarparse con el coche cuando vio
que tardaba demasiado. Ojalá se diera cuenta de todo y ahora viva
tranquilamente en su casa con su hermana y sus sobrinos.
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