A
primera vista parecía un lector más. No debía pasar de los
cuarenta años, aunque su pelo canoso podría hacer pensar lo
contrario. Su posición erguida y sus hombros anchos demostraban que
era asiduo al gimnasio o a la piscina. Las gafas y su manera de
vestir hacía tiempo que ya no estaban de moda, parecían de los
últimos años del siglo pasado.
Era
muy educado, siempre saludaba cuando entraba cada mañana por la
puerta de la biblioteca y pasaba por delante del mostrador de
préstamos. También se despedía al salir. Solía dirigirse a las
estanterías de forma decidida, como si tuviera muy claro qué es lo
que quería y dónde encontrarlo. En menos de un minuto había
seleccionado uno de los ejemplares de la balda correspondiente. Lo
curioso es que nunca se le vio consultar los catálogos que hay a
disposición de los usuarios. Ni los de papel que cuelgan al
principio de cada pasillo ni los electrónicos en los ordenadores de
la sala.
Revisando
su ficha no se detectaba ni un solo retraso en la devolución de los
libros, ninguna incidencia con algún ejemplar que hubiera quedado
defectuoso, nada extraño en su expediente. Sólo se le podía
achacar un hambre voraz por la lectura, ya que eran varios los
títulos que tomaba prestados cada mes.
Cuando
localizaba el volumen que quería, se sentaba en uno de los puestos
de lectura que estaban libres, encendía la luz individual situada
enfrente y comenzaba a pasar páginas. Las pasaba a de una en una,
sin pausa, a una velocidad que impediría a cualquiera leer una sola
línea. Era imposible que estuviera realmente leyendo el libro en
cuestión. Podía permanecer pasando las páginas el tiempo que fuera
necesario, hasta que llegaba al final del libro. Entonces se acercaba
al mostrador y pedía llevárselo, siempre cortés y poco hablador,
usando las palabras estrictamente necesarias para solicitar el
préstamo al bibliotecario.
En
todo el tiempo que el lector estuvo frecuentando la biblioteca,
únicamente en dos ocasiones se salió de su extraña rutina
habitual. Y en ambas ocasiones fue para avisar al bibliotecario que
había un error en el libro. En la primera ocasión, el bibliotecario
miró con incredulidad al lector:
-
¿Perdón? - se le ocurrió preguntar un poco desconcertado.
-
Sí, este libro está mal. No tiene el número de páginas correcto.
Hay un error en la numeración de las páginas. Se salta de la ciento
treinta y cuatro a la ciento treinta y seis. Falta la ciento treinta
y cinco. - La voz era firme, sin rastro de duda.
-
¿Dice que falta la ciento treinta y cinco? ¿Ha contado y revisado
la numeración de todas las páginas del libro?
-
Sí.
-
Pero ¡este libro debe tener más de trescientas páginas!
-
Trescientas quince, para ser exactos. Aunque la última página está
numerada con el trescientos dieciséis. Ya le digo que las he
contado. – seguía con el mismo tono firme.
El
bibliotecario buscó la página ciento treinta y cinco del libro que
tenía en sus manos. Efectivamente, tal y como el lector había
dicho, esa página no existía.
-
Vale... Y ¿qué se supone que tengo hacer? Seguramente hubo un error
en la publicación del libro. Pero eso ya no se puede solucionar.
-
Lo sé, lo sé. Sólo quería notificarlo, para que tome nota. Que
quede constancia por si alguien más se lo dice.
-
De acuerdo... Tomo nota. – el bibliotecario llegó a pensar que
aquello se trataba de una broma de cámara oculta. - ¿Se lo lleva?
-
No, no. No puedo leer un libro que tiene mal la paginación.
-
Pero el contenido del libro estará bien.
-
Eso no lo puedo saber con seguridad, la verdad es que no lo he leído.
-
Entonces, ¿no puede leer un libro si la numeración de las páginas
está mal?
El
lector volvió a las estanterías a buscar otro libro y repetir su
rutina. El bibliotecario se quedó hojeando el libro que le acababa
de entregar, aún perplejo, sin tener muy claro cómo contaría la
historia a su supervisor.
En
la segunda ocasión, unos cuantos meses después, el bibliotecario ya
estaba alerta y no le pilló desprevenido. Cuando el lector le
comentó que aquel libro estaba mal paginado, esbozó una sonrisilla
cómplice y le respondió de inmediato: "De acuerdo, tomo nota".