Aquel año, por primera vez la Navidad no había acudido a
su cita. ¡Vaya sorpresa, le había dado plantón! ¿Cómo podía ser? Si él la
seguía queriendo como siempre, vivía casi exclusivamente para ella. Pasaba todo
el resto del año deseando que llegara el momento de su reencuentro anual. Y
después de tanto tiempo juntos, no había venido.
Vale, era cierto que cada vez se cuidaba menos, que
últimamente había ganado unos cuantos kilos de más. Y que su pelo sólo
acumulaba canas y la barba no estaba tan cuidada como antes. También llevaba
razón cuando le decía que tenía que pensar en cambiar de vestuario. Aunque a él
le gustara su traje rojo y el gorro a juego, ella empezaba a cansarse de su
escaso espíritu de renovación.
Era verdad que prefería la compañía de sus renos, sobre
todo de Rudolf, y que casi nunca le respondía a las cartas que Navidad le
mandaba para decirle que le echaba de menos. Pero es que, ¡recibía tantas! Ya
le avisaba cada año que dedicaba demasiado tiempo a su trabajo, preparando los
regalos, guardándolos y cargándolos en el trineo, para repartirlos todos de una
vez. Navidad llevaba especialmente mal todos esos anuncios de publicidad que él
tenía que hacer, como si fuera una estrella de cine. “Te veo más en la
televisión que en persona”, solía decirle.
La distancia también era un problema en su relación. El
polo norte no es precisamente un sitio cercano y no es especialmente agradable
para vivir. Pero su trabajo estaba allí, era impensable mudarse a vivir con
Navidad, por mucho que ella le insistiera.
Reconocía que pasaban muy poco tiempo juntos por culpa de
sus viajes, pero es que tenía muchos amigos que le reclamaban y le absorbían
casi por completo. Y aunque Navidad le
repetía a menudo que tenía que dejar de colarse en las casas por la chimenea,
él no podía evitar hacerlo. "Un día acabarás delante de un juez por
allanamiento de morada", le advertía. Para colmo, era consciente que esos
tres amigotes de Oriente pretendían a Navidad y que eran muy atentos con ella,
con todos esos regalos cuando ya empezaba a caer en el olvido. Algún día le abandonaría
para irse con alguno de ellos. Claro, siendo reyes...
Así que, después de todos estos años, casi podía entender
que Navidad hubiera decidido no acudir a su cita. Pero ahora lo único que podía
hacer era volver a casa después del trabajo y esperar que el año próximo le
hubiera perdonado, para que todo volviera a ser como antes.
Publicado en la edición de Navidad de la revista Cheshire http://www.revistacheshire.com