Con una piruleta como único consuelo salieron los dos del restaurante. La camarera la había dejado junto con la cuenta, casi sin mirarles. La cena había transcurrido entre silencios y reproches, como era habitual entre ellos en los últimos meses. Ni siquiera el postre endulzó la situación. En el coche, de camino a casa, ninguno sintió la necesidad de pedir disculpas. Dos semanas después se casaron, tal y como estaba planeado desde hacía un año.
[Enviado a Relatos en Cadena de la Cadena Ser]