Allí estaba, el número seis de la
calle Menor. Justo al lado de la parada de autobús que le habían indicado por
teléfono. Estaba citada a las nueve de la mañana para empezar en su nuevo
trabajo. Miró su discreto reloj de muñeca y comprobó que aún faltaban quince
minutos para la hora acordada. Sabía que era importante ser puntual, sobre todo
el primer día en un nuevo trabajo. Había que causar buena impresión. Pero
también sabía que llegar demasiado pronto podría transmitir cierta impaciencia.
Así que decidió dar una vuelta a la manzana a buen paso, para conseguir llegar
en el momento adecuado.
Al girar la esquina descubrió una
tienda de moda con un amplio escaparate. Le llamó la atención un vestido azul
que lucía un maniquí descabezado. Pensó que podría ser una buena elección para llevar
en la boda de su prima Laura del próximo verano. La tarde anterior se había
acercado a su casa para darle la noticia y entregarle la invitación. Odiaba las
bodas y todo lo que las rodeaba. Pero no podía faltar a esta. Toda la familia
estaba invitada y sería mucho peor no asistir. Era lo que le faltaba para que
pudieran reafirmar las teorías de rarita de la familia y de que nunca se iba a
casar.
Se acercó al escaparate para
poder ver mejor el precio del vestido y se sorprendió al ver su cara reflejada
en el cristal. “¿Cómo puedo tener tan mala pinta?” Había decidido casi no
maquillarse para no llamar mucho la atención el primer día y su pelo se había
alborotado con el frío viento del norte que había llegado aquella mañana para
quedarse. Sus ojeras parecían más marcadas que por la mañana en su casa.
“Joder, casi parece que vengo de resaca…” En ese momento recordó las palabras
de su prima la tarde anterior:
Sin dejar de mirar sus propios
ojos reflejados en el cristal rebuscó en su bolso y sacó el corrector para las
ojeras. Encendió la cámara del móvil para poder verse en él y se dio unos leves
toques que le ayudaron a disimularlas. Después un poco de brillo de labios, sin
pasarse, y un poco más de sombra de ojos. Deshizo el trabajo que el viento le
había causado en el pelo, dejándolo bastante más decente. Se volvió a mirar
reflejada en el cristal del escaparate. “Esto está mejor”, pensó.
Casi habían pasado diez minutos,
así que decidió volver por donde había venido y regresar cuanto antes al número
seis de la calle Menor. Al entrar por la puerta volvió a recordar la voz de su
prima Laura la tarde anterior: “¡Y tienes que sonreír más!”
Pulsó el timbre y puso su mejor sonrisa, esperando a que le
abrieran.