Bruno era un niño que tenía el corazón de patata. Sí, de patata. Era un
milagro de la naturaleza. Los médicos no se explicaban cómo pudo sobrevivir al
parto y cómo podía seguir con vida. Pero sus padres se asustaron tanto cuando
se confirmó su peculiar patología que decidieron abandonarlo.
Vivía en un centro de
acogida y no era feliz. Se sentía raro, diferente de cualquier otra persona que
conociera. Los demás niños no querían jugar con él, le miraban como si fuera un
monstruo. Y a los adultos les daba pena, aunque siempre renunciaban a adoptarle
por los problemas médicos que pudiera padecer.
Un día llegó al centro otro
niño también abandonado por sus padres. Tenía el corazón de papel. Sí, de
papel. Otro milagro de la naturaleza, otro caso excepcional que nadie entendía
cómo podía vivir. A diferencia de Bruno, el niño con el corazón de papel estaba
siempre feliz.
- ¿Cómo te llamas? - le
preguntó Bruno nada más conocerle.
- Diego. Pero todos me
llaman "Corazón de papel". ¿Y tú? - le respondió.
- Me llamo Bruno. Yo tengo
el corazón de patata. - respondió con vergüenza.
- Entonces te llamaré
"Corazón de patata". - dijo riendo.
- ¿Por qué estás siempre
contento? Eres un bicho raro. - preguntó Bruno.
- Porque no hay nadie como
yo, nadie en el mundo. Y me alegro mucho de ser así. - respondió Diego con otra
carcajada.
- Yo también soy diferente
de los demás. No hay nadie más como yo.
- Entonces, ¿por qué estás
triste?
El corazón de patata palpitó. Y, por primera vez en mucho tiempo, a Bruno se le escapó una sonrisa.
[Publicado en la revista Cheshire www.revistacheshire.com]