Desde hace algún tiempo he ido guardando en una caja roja algunas historias, relatos, microcuentos y pensamientos. Algunos reales, otros imaginarios. Ahora los comparto con vosotros...

viernes, 28 de agosto de 2015

Imagina



Imagina que vives en un país que está en guerra. Que tu objetivo de cada día es evitar que te mate una bomba o un disparo. Que ves como algunos de tus amigos y familiares ya no están contigo. Que intentas por todos los medios que tus hijos no descubran lo cruel que es una situación así. Que algunos de tus vecinos pueden delatarte simplemente por pensar diferente o profesar otra religión que no es la suya. Que la comida escasea cada vez más y que las casas son destruidas a tu alrededor sin importar si hay alguien viviendo dentro.

Imagina que vives en un un lugar sin recursos. Un lugar en el que la pobreza no es una excepción, es la norma. Un lugar donde sabes que el hambre convive con prácticamente todos los que viven allí y en el que la esperanza de vida se va reduciendo cada año. Un lugar en el que, a pesar de ser tu hogar, no quieres estar nunca más.

Imagina que alguien sin escrúpulos te hace saber que tienes oportunidad de una vida mejor en otro sitio. Alguien que te promete que, a cambio de una cantidad de dinero que ni siquiera puedes reunir por ti mismo, puedes cerrar este capítulo y conseguir lo que jamás soñaste con llegar a tener. Alguien que te insiste tanto en que es posible, que consigue que superares el miedo a perder la vida en el intento.

Imagina que llegas una noche a la orilla del mar donde te espera una barcaza, con pinta de poco resistente. Y donde esperan otras decenas de personas que también han sido convencidas por el tipo sin escrúpulos que se frota las manos contando los billetes que has conseguido reunir. Decenas de personas en las que sólo ves miedo y desesperación, lo mismo que ellos ven en ti. Imagina que en lugar de la orilla del mar es el comienzo de un desierto, la ascensión a una escarpada cordillera, una carretera inhóspita o una enorme valla metálica a la que tienes que escalar.

Imagina que, mientras estás en la barcaza en mitad de un mar embravecido, caminando en la oscuridad de la noche, escondido en algún recoveco de un camión o encaramado en la valla metálica, piensas en los tuyos. En esos que saben que te has marchado y que no tienen manera de saber de ti durante días o semanas o incluso meses. Imagina que cuando estás allí, piensas en todos los que salieron antes que tú y nunca llegaron. Los que se quedaron en el camino, ahogados, enfermos, despeñados, atropellados... Esos que fueron tan valientes como tú y que no obtuvieron el premio que tú esperas. Esos que no obtuvieron ningún premio, que sólo consiguieron una muerte solitaria en mitad de ningún sitio.

Imagina el frío, la humedad, el cansancio, la deshidratación, el hambre, el temor a ser descubierto. Así durante horas, en las que sólo puedes esperar. Esperar y rezar a algún Dios que evite que la barca se hunda, que el camión se estrelle, que las fuerzas flaqueen, que el desanimo se contagie, que la esperanza se pierda.

Imagina que consigues sobrevivir al viaje y llegas a tu destino. Ese lugar que tú esperas como un paraíso y en el que te reciben como un problema, no como el ser humano que eres. Un lugar en el que existen unas leyes que no conoces y en las que apareces catalogado como delincuente, sin tener en cuenta de dónde vienes o lo que has sufrido. Ese en el que se mezclan los llantos de los niños con las súplicas de las madres para que les dejen estar. Ese lugar en el que no entiendes qué te dicen, pero sí comprendes que no eres bien recibido.

Imagina que tienes la suerte de pasar al otro lado y llegar a un lugar completamente desconocido, en el que no conoces a nadie y en el que algunos te odian por ser simplemente diferente. Imagina que tienes que buscar una manera de ganar dinero para poder alimentarte, para poder pagar un sitio en el que dormir, para intentar contactar con tu familia para decirles que estás vivo, para hacérselo llegar a tus hijos o tus padres y que puedan vivir un mes más. Y que otro individuo sin escrúpulos te ofrece una miseria a cambio de esclavizarte y tener que trabajar mil horas escondido en algún taller clandestino o vendiendo cualquier cosa en playas, plazas, mercados... Ocultándote siempre de la policía y de los indeseables que quieres echarte de su país para que no le quites el trabajo.

Imagina si no te plantearías si a esto se le puede considerar vida.

¿Te cuesta imaginártelo? Pues es la realidad de cada día de muchísimos seres humanos.

martes, 4 de agosto de 2015

Microcuento


Ella esperaba la pregunta. 
Él esperaba una respuesta. 
Y el que llegó para quedarse fue el silencio.

lunes, 3 de agosto de 2015

Letra a letra



Llevas una vida en la que todo encaja, jugando cada día a que hoy sea perfecto. Colocas con cuidado cada una de tus fichas, para que todo siga en orden. Es verdad que, en ocasiones, las jugadas no son tan buenas como quisieras y las fichas te dan una mala puntuación. Pero sigues jugando, no lo puedes evitar. Es por culpa de esa especie de adicción que supone el no saber qué vendrá después, qué jugará el otro, cómo acabará la partida. Sabes que puedes ganar pero también sabes que puedes perder. Bien o mal, todo va encajando en el juego de la vida.

Pero cuando menos lo esperas, algo se cruza, alguien te encuentra, lo que nunca imaginabas que pasaría, pasa. El azar es así de inesperado. Es parte de su encanto. Un día, casi sin darte cuenta, tus fichas se descuadran y todo se descoloca. No lo has visto venir, ha sido sólo un instante. Zas! Todo ha cambiado de golpe.

Antes pensabas a menudo en que te DESNUDARA y ahora tu único pensamiento es que te quieres DESANUDAR. Antes nadie os podía DESVIAR de vuestro camino y ahora los días son DERIVAS infinitas. Antes tenías una COSA y ahora tienes el CAOS. Antes ERAMOS AMORES.

Y ahora, ¿qué?

La parte negativa es que nadie conoce tus fichas, sólo tú. Nadie puede ayudarte a ganar. La parte negativa es que no conoces las fichas de los demás. ¿Cómo saber entonces cuál debe ser tu siguiente movimiento? Es muy arriesgado porque un movimiento en falso y todo acaba. Una ficha mal colocada y pierdes de nuevo la partida. Y tú ya has perdido demasiado. En realidad, a nadie le gusta perder. Hay quién te recomienda que preguntes a los demás qué fichas tienen, así sabes a qué atenerte. Claro, qué sencillo parece todo cuando no eres uno de los jugadores. ¿Y si no te responden? Peor aún, ¿cómo sabes si te están diciendo la verdad? ¿Confías en que los demás jugadores sean igual de leales que tú? Nadie puede estar seguro de eso. Incluso dudas de ti mismo, de cómo de leal serías si alguien te las preguntara a ti.

Entonces, ¿qué?

La parte positiva es que sabes que, cuantas más partidas juegues, más irás aprendiendo. Además, tus fichas las gestionas tú y sólo tú las conoces. Puedes guardarte alguna para colocarla más adelante. Puedes esperar a qué te llegue la ficha que mejor se adecua a tu juego. Puedes cambiar de fichas si las que ya tienes son difíciles de colocar. Puedes pasar de jugar por un momento, dejando el peso de la partida a los demás, para darte tiempo a pensar mejor la jugada. La parte positiva es que ganar el juego está también en tus manos.

Así que tú decides... ¿Juegas?