Desde hace algún tiempo he ido guardando en una caja roja algunas historias, relatos, microcuentos y pensamientos. Algunos reales, otros imaginarios. Ahora los comparto con vosotros...

lunes, 11 de julio de 2016

Miradas



Hay miradas que lo dicen todo. La de Luz aquella mañana era más evidente que nunca. Habíamos terminado de desayunar, en silencio. El sol aún entraba por la ventana, desperezándose por el madrugón de domingo, iluminando la pila de cajas de cartón y maletas que se amontonaban en el salón. Ni siquiera la tertulia de la radio nos daba pie a una conversación. Estaba ya todo dicho. Cometí el error de intentar coger su mano, para hacerle sentir lo que todas mis palabras no podían expresar. Pero sólo sentí frío. Frío durante sólo un segundo, el tiempo que tardó Luz en retirarla de la mesa y guardarla en el bolsillo de su pantalón.

Me miré en el espejo, buscando respuestas a las preguntas que yo mismo me hacía. Esperando que alguien, al otro lado, supiera encontrar una explicación que pudiera convencerme. Pero al ver mis ojos reflejados sentí tanta vergüenza que tuve que apartar la mirada. Si ni yo me soportaba, cómo iba a hacerlo ella.

Eché la vista hacia atrás, intentando recordar cómo había llegado hasta aquí. ¿Cuál había sido el camino que me había colocado en este callejón sin salida? ¿Dónde estaba el desvío que tomé (o no tomé) y que me llevó a donde ahora estoy? Cuanto más atrás me remontaba en mis recuerdos, más atrás me quería remontar.

Recordé con nitidez la última escapada con Luz, apenas una semana antes. Paseamos por Toledo como si el mundo fuera nuestro, como si no hubiera nada que pudiera estropear lo que considerábamos, en apariencia, perfecto. Allí ninguno de los dos apartó la mano del otro. Recordé los planes de futuro, las risas desinhibidas por efecto del vino, los besos a escondidas de los demás, como si aún fuésemos unos adolescentes. Recordé la sensación de haber avanzado un pequeño paso para olvidar el pasado. Ahora sé que era un paso demasiado pequeño.

Y recordé también el momento en que decidí no tirar las cartas de Esmeralda. Fue mientras las guardaba en una de las cajas para la mudanza. “Ya habrá tiempo de tirarlas más adelante”, pensé entonces. Maldita costumbre de guardar todo aquello que tenía algún significado especial para mí. Preferí quedármelas para poder revivir todo lo que me contaba en ellas. Para volver a sentir lo que sentía la primera vez que las leía, nada más recibirlas desde hace ya muchos años y hasta hace tan sólo unos pocos días. Para mantener viva una historia que nunca fue lo que yo quise, pero que era mucho más de lo que nunca hubiese imaginado. Para aferrarme a lo único que realmente había despertado mi ilusión después de tanto tiempo.

Ahora el pasado ya se fue. Hacía mucho tiempo que se había ido, pero todavía hoy me cuesta asumirlo. Y el presente y el futuro con Luz se esfumaron de golpe al abrir en su casa la primera caja con mis cosas. Se esfumaron al caer al suelo cientos de cartas que nunca debieron estar ahí. Se esfumaron mientras ella las recogía extrañada y me preguntaba ingenuamente por qué guardaba esas cartas. Se esfumaron como las palabras muy poco convincentes que salían de mi boca y no llegaban a esbozar ni una triste mentira para excusarme.

Hay miradas que lo dicen todo. Y la de Luz aquella mañana decía “Vete”.