Hay personas que no deberían irse nunca. Y, sobre
todo, hay personas que no deberían irse pronto. Mi amigo Hugo era una de esas
personas.
Conocí a Hugo en el trabajo, hace ya siete años. Los
dos comenzamos a trabajar el mismo día en la empresa y nos sentaron uno al lado
del otro. Los dos éramos igual de jóvenes, igual de inexpertos, igual de
ingenuos e igual de responsables. Pero nos tomábamos la vida de forma muy
distinta. Desde el principio nos tocaron las narices con los horarios y las
tareas. Tenían una norma no escrita de que lo que no quería nadie, le caía a
los nuevos. Marrón tras marrón. Y mientras yo me amargaba y me quejaba sin parar,
Hugo desprendía optimismo. Incluso aprovechaba para contar chistes y reírse de
todo en los momentos de más presión. "Hay que tomarse la vida con
humor", me decía a menudo.
Dicen que el roce hace el cariño. Cada día que pasaba
con Hugo aprendía a quererlo un poco más. No era sólo por su actitud positiva, sino
porque era muy buena persona y se hacía querer. Ya sé que es lo que se dice de
casi todas las personas cuando ya no están. Pero en su caso no es un tópico.
Cuando le detectaron el cáncer, en fase demasiado
avanzada, fue un mazazo para todos. Pero él, aparentemente, se lo tomó con
resignación y entereza. "No soy el primero ni seré el último. Este partido
lo voy a ganar", decía. Nos prohibió que lo llamáramos "una larga
enfermedad" y no tenía ningún reparo en hablar de ello con toda
naturalidad.
Llegué al funeral completamente hundido. El olor de la
cera de las velas quemándose mezclado con el aroma de las flores de la sala me
revolvió el estómago. El cura del cementerio ofició la ceremonia de forma rutinaria,
supongo que como todas las que ya había oficiado en su vida. Pero cuando
terminó, dijo: "Ahora alguien os quiere decir unas palabras". Sacó un
mando a distancia de debajo del atril y encendió una de las pantallas que había
en la sala. Hugo apareció en el plasma. Estaba sentado en una butaca del
hospital, con un camisón verde y un gotero enganchado al brazo. Tenía ojeras y
había perdido todo el pelo de la cabeza y bastantes kilos. Su aspecto era muy
cansado. Pero sonreía.
"¡Vaya pintas llevo, eh! Tenía pensado ponerme un
traje de lo más elegante, acorde a la ocasión. Pero no tenía ninguno que me
hiciera juego con este verde horroroso. Voy a poner una queja al hospital para
que los camisones sean blancos, que así pegarían con todo.
Bueno, pues ya estamos todos en mi funeral. Quería
daros las gracias por haber venido, así no estoy sólo. Hubiera sido muy
aburrido y muy triste. Creo que la última vez que vino tanta gente a verme fue
en mi último cumpleaños, ¿os acordáis? Os aseguro que yo sí. Por esa época ya
sabía que esto (se señala la tripa con el dedo) tenía mala pinta, pero no hubiese
cancelado la fiesta por nada del mundo. ¡Me lo pasé genial ese día! Todavía me
acuerdo del buen rato que pasamos en el karaoke... Seguro que lo que no podéis olvidar
vosotros es mi terrible versión de "I will allways love you". ¡Vaya
gallos me salieron! Evidentemente era por la medicación porque todos sabéis que
yo canto de maravilla, ¿no? (nos guiñó un ojo) Por favor, proponedme para el
Grammy póstumo a la peor versión del año, ¡me lo llevo seguro!
Ahora en serio... Gracias. Gracias a todos por estar
ahí. Hoy y siempre. Ahora que tengo mucho tiempo para pensar y recapitular lo
que ha sido mi vida me doy cuenta de que sois lo mejor que he tenido. Mi
familia, mis amigos, todas las personas que me habéis querido y que habéis
hecho que mi camino haya merecido la pena. Gracias de corazón.
¡Eh! ¡Pero nada de lágrimas, que nos conocemos! Ahora
mismo quiero que os vayáis todos a un bar y os toméis lo que queráis. Le he
dejado a mi hermano dinero para invitaros a todos. Una fiesta más a mi salud. Bueno,
en este caso a mi falta de salud. ¡Y que no sea la última!
¡Hala, a emborracharse todo el mundo! Es mi última
voluntad y tenéis que cumplirla, que para algo soy un moribundo (nos volvió a
guiñar un ojo).
Adiós a todos. Os quiero."