Os aseguro que la historia que os voy a contar es
totalmente verídica.
No suelo soñar demasiado. Y las pocas veces que tengo
algún sueño, casi no recuerdo nada de ellos. Sólo alguna idea,
alguna imagen o algunas palabras sueltas. Pero en este caso
particular, lo recuerdo casi al completo.
En mi sueño estoy en una fiesta que se celebra en un
bar. Una larga barra recorre todo el local, con tres camareros
sirviendo copas sin parar. Un enorme espejo guarda las espaldas a los
camareros y consigue que la sala parezca mucho más grande. Un juego
de luces de colores giran y mutan de color: del verde al rojo, del
rojo al amarillo, del amarillo al azul y de nuevo al verde. Se
escucha música sin parar, aunque no soy capaz de identificar ni una
sola de las canciones.
Yo no soy el protagonista de la fiesta, ni siquiera sé
el motivo exacto por el que se celebra. Pero he ido allí con un
grupo de amigos con los que charlo alegremente. Les reconozco a todos
y me encuentro muy cómodo estando con ellos. En la fiesta hay mucha
más gente, desconocida para mí y con la que no interactúo. Quizás
son sólo el reflejo de nosotros mismos en el enorme espejo.
En un momento agacho la mirada para mirar mi reloj y ver
qué hora es. Las nueve y veintiocho de la noche. Al levantar de
nuevo la vista, mis amigos han desaparecido de repente. Me encuentro
sólo y rodeado de extraños que me miran fijamente, muy serios. La
música se ha apagado y todos los focos de colores me iluminan sólo
a mí, como si fuera el actor principal de una obra de teatro
actuando encima de un escenario.
De entre el grupo de gente que me rodea surge una mujer
guapísima que se dirige directamente hacia mí. Calculo que debe
tener unos treinta y pocos años, de piel más bien pálida y larga
melena de finísimo pelo moreno. Los ojos más verdes que he visto en
mi vida me hipnotizan y con la voz más dulce que nunca he escuchado
me dice: “Ven”.
Me coge de la mano y tira de mí, abriéndose paso entre la gente que vuelve a beber y bailar al ritmo de la música, olvidándose por completo de nosotros. Avanzamos a un paso lento, pero firme, sin vacilar. Parece que la chica conoce bien el local.
Me coge de la mano y tira de mí, abriéndose paso entre la gente que vuelve a beber y bailar al ritmo de la música, olvidándose por completo de nosotros. Avanzamos a un paso lento, pero firme, sin vacilar. Parece que la chica conoce bien el local.
- ¿Cómo te llamas? – le pregunto.
- María. – me responde. Y su boca de labios carnosos
me devuelve una sonrisa imposible de olvidar.
- ¿Dónde vamos? – le vuelvo a preguntar.
- Fuera, lejos de aquí. Tenemos que huir. – la sonrisa
desaparece.
- ¿Huir? ¿De qué?
- De quién, más bien.
Suena un timbre que reconozco como el tono de llamada de
mi teléfono móvil y me despierto.
Con los ojos aún entrecerrados y tratando de
despertarme, escuché perfectamente mi móvil sonando. Miré el reloj
de la mesilla de noche y marcaba las nueve y veintiocho de la mañana.
El número que continuaba llamando me era desconocido. Descolgué y
pregunté aún medio dormido: “¿Dígame?”. Desde el otro lado de
la línea parecían dudar un segundo. Finalmente, una voz de hombre,
grave y decidida, me preguntó: “¿Está ahí María?”. Parecía
enfadado. No sabía muy bien qué contestar, estaba un poco confuso.
Miré torpemente al otro lado de la cama, sin saber muy bien qué
buscaba. Vacía. “No, creo que se ha confundido…” respondí
lentamente. El desconocido colgó sin más y yo grabé para siempre
en mi memoria la imagen de María.