Alberto
volvía a casa aún enfadado. Hacía menos de una hora que
había cogido la correa de Luka, la había sujetado al collar de su
fox terrier y había salido dando un portazo. Un trueno en el momento
más álgido de la tormenta. No era la primera vez que discutía con
Elisa, ni sería la última. Pero sí era una tendencia que iba en
aumento en los últimos tiempos. Más de lo que nunca hubieran
imaginado algunos años antes.
Alberto
estaba cansado. Cansado de discutir, cansado de dar explicaciones,
cansado
de reprochar, cansado de una vida que les conducía hacia la
infelicidad. Cada día que pasaba era más el perrito faldero de
Elisa. Se dormía lo que ella quería, se comía lo que ella decía,
se iba a donde a ella le apetecía... Parecía que a Elisa no le
bastaba con Luka.
El
problema era que la quería. La quería y
la necesitaba. La vida sin ella era un río sin agua, un invierno sin
bufandas, un poeta sin su musa. Después de tantos años juntos,
pensar en cómo sería la vida sin ella era ciencia ficción.
Cuando
llegaba al portal de su casa, una furgoneta paró justo delante.
Alberto vio cómo un repartidor se bajaba de ella y sacaba de la
parte posterior un enorme ramo de rosas rojas. Alberto y el
repartidor llegaron a la vez al portal. Mientras el repartidor leía
en su hoja de entrega, Alberto le saludó y le abrió la puerta. Los
dos entraron en el ascensor y Alberto preguntó:
- ¿A qué piso?
- Al quinto...
Quinto C.
Alberto
sintió un nudo en el estómago. Era su piso. Y las flores eran para
Elisa, sin duda. ¿Quién
se las mandaba? No era su cumpleaños, ni su santo, ni se le ocurría
ningún motivo que hubiera que celebrar. Seguro que Elisa tenía un
amante y por eso estaba tan mal con él últimamente. Le engañaba
con otro, no cabía otra explicación. Y el muy cabrón le mandaba
flores a casa. A su casa. El cabreo de Alberto iba en aumento y la
sangre se le agolpaba en la cabeza. Luka olisqueaba al repartidor,
intentando averiguar si era él el que olía tan raro.
-
Es mi piso, son para mi mujer. Las encargué yo. - mintió Alberto.
- ¿Elisa Leal? -
preguntó el repartidor confirmando el nombre en su nota.
- Sí. - confirmó
Alberto.
Entregó
al repartidor un billete de cinco euros como propina y se quedó con
el ramo justo antes de llegar al quinto piso y despedirse en
el rellano. Entre las rosas rojas destacaba un sobre blanco. Alberto
no pudo resistir la tentación y abrió el sobre para ver su
contenido. "Gracias por existir" y una firma. La letra
estaba manuscrita y parecía de hombre. La firma era un laberinto de
curvas que podía contener varias letras y ninguna a la vez.
Allí
permaneció Alberto unos minutos. Quieto. Pensando. Decidiendo qué
hacer. Una estatua pensante, un hermano
erguido de la obra de Rodin. Sólo Luka se movía de vez en cuando
para mirar alternativamente a su dueño y a la puerta de su casa.
Un
ladrido de Luka hizo reaccionar a Alberto. Guardó la nota dentro del
sobre y el sobre dentro del bolsillo de su chaqueta. Se
dirigió hacía la puerta de su casa y entró, tratando de mantenerse
en calma. Encontró a Elisa en el salón, con los ojos enrojecidos y
el pañuelo en las manos. Al verlo entrar con el enorme ramo de rosas
rojas en la mano, corrió hacía Alberto llorando y le abrazó muy
fuerte. Alberto también empezó a llorar y los dos compartieron
lágrimas y abrazos mientras Luka les miraba con la cabeza ladeada
sin entender nada.