Desde hace algún tiempo he ido guardando en una caja roja algunas historias, relatos, microcuentos y pensamientos. Algunos reales, otros imaginarios. Ahora los comparto con vosotros...

martes, 6 de enero de 2015

Para Elisa



Alberto volvía a casa aún enfadado. Hacía menos de una hora que había cogido la correa de Luka, la había sujetado al collar de su fox terrier y había salido dando un portazo. Un trueno en el momento más álgido de la tormenta. No era la primera vez que discutía con Elisa, ni sería la última. Pero sí era una tendencia que iba en aumento en los últimos tiempos. Más de lo que nunca hubieran imaginado algunos años antes.

Alberto estaba cansado. Cansado de discutir, cansado de dar explicaciones, cansado de reprochar, cansado de una vida que les conducía hacia la infelicidad. Cada día que pasaba era más el perrito faldero de Elisa. Se dormía lo que ella quería, se comía lo que ella decía, se iba a donde a ella le apetecía... Parecía que a Elisa no le bastaba con Luka.

El problema era que la quería. La quería y la necesitaba. La vida sin ella era un río sin agua, un invierno sin bufandas, un poeta sin su musa. Después de tantos años juntos, pensar en cómo sería la vida sin ella era ciencia ficción.

Cuando llegaba al portal de su casa, una furgoneta paró justo delante. Alberto vio cómo un repartidor se bajaba de ella y sacaba de la parte posterior un enorme ramo de rosas rojas. Alberto y el repartidor llegaron a la vez al portal. Mientras el repartidor leía en su hoja de entrega, Alberto le saludó y le abrió la puerta. Los dos entraron en el ascensor y Alberto preguntó:
- ¿A qué piso?
- Al quinto... Quinto C.

Alberto sintió un nudo en el estómago. Era su piso. Y las flores eran para Elisa, sin duda. ¿Quién se las mandaba? No era su cumpleaños, ni su santo, ni se le ocurría ningún motivo que hubiera que celebrar. Seguro que Elisa tenía un amante y por eso estaba tan mal con él últimamente. Le engañaba con otro, no cabía otra explicación. Y el muy cabrón le mandaba flores a casa. A su casa. El cabreo de Alberto iba en aumento y la sangre se le agolpaba en la cabeza. Luka olisqueaba al repartidor, intentando averiguar si era él el que olía tan raro.

- Es mi piso, son para mi mujer. Las encargué yo. - mintió Alberto.
- ¿Elisa Leal? - preguntó el repartidor confirmando el nombre en su nota.
- Sí. - confirmó Alberto.

Entregó al repartidor un billete de cinco euros como propina y se quedó con el ramo justo antes de llegar al quinto piso y despedirse en el rellano. Entre las rosas rojas destacaba un sobre blanco. Alberto no pudo resistir la tentación y abrió el sobre para ver su contenido. "Gracias por existir" y una firma. La letra estaba manuscrita y parecía de hombre. La firma era un laberinto de curvas que podía contener varias letras y ninguna a la vez.

Allí permaneció Alberto unos minutos. Quieto. Pensando. Decidiendo qué hacer. Una estatua pensante, un hermano erguido de la obra de Rodin. Sólo Luka se movía de vez en cuando para mirar alternativamente a su dueño y a la puerta de su casa.

Un ladrido de Luka hizo reaccionar a Alberto. Guardó la nota dentro del sobre y el sobre dentro del bolsillo de su chaqueta. Se dirigió hacía la puerta de su casa y entró, tratando de mantenerse en calma. Encontró a Elisa en el salón, con los ojos enrojecidos y el pañuelo en las manos. Al verlo entrar con el enorme ramo de rosas rojas en la mano, corrió hacía Alberto llorando y le abrazó muy fuerte. Alberto también empezó a llorar y los dos compartieron lágrimas y abrazos mientras Luka les miraba con la cabeza ladeada sin entender nada.