Empezó a llorar sujetando firmemente el enorme cuchillo de cocina en
su mano derecha. No entendía cómo había ocurrido, nunca le había pasado
nada parecido en sus treinta y dos años de vida. La sensación era
extraña y, a la vez, placentera. Se asustó de sí mismo por pensar en que
le apetecía repetir esa experiencia, volver a sentir el cosquilleo que
acaba de sentir en su tripa. Allí la tenía, delante de sus ojos aún
húmedos, inerte y retándole a continuar. Mientras le volvía a clavar el
cuchillo, pensó: “Maldita cebolla”.
[Enviado a Relatos en Cadena de la Cadena Ser]