Desde hace algún tiempo he ido guardando en una caja roja algunas historias, relatos, microcuentos y pensamientos. Algunos reales, otros imaginarios. Ahora los comparto con vosotros...

domingo, 9 de noviembre de 2014

La Dama



Un jugador de ajedrez lo piensa todo, es a lo que nos dedicamos: a pensar. Analizamos la situación de nuestras piezas y las del oponente, imaginamos los posibles movimientos y sus consecuencias, evaluamos los riesgos antes de decidir la jugada y, finalmente, jugamos.



Yo soy jugador de ajedrez. Además, soy consciente que de los buenos, de los muy buenos. Mi carrera ha sido meteórica desde que me dediqué profesionalmente a ello. Destaqué desde joven, siendo el único que consiguió tablas con el campeón del momento en una partida simultánea con otros veinte jóvenes aficionados. Los patrocinadores se fijaron en mí y en mi talento natural para anticiparme a mis rivales. Disfruto tanto con este deporte que no hay horas suficientes para seguir jugando.



La vida para mí es un enorme tablero de ajedrez. Las personas que me rodean son las piezas a las que observar y a las que conocer para saber su siguiente movimiento.



Algunos me achacan que me lo tengo muy creído, que me creo superior a mis rivales. A los que me dicen eso, simplemente les reto a una partida y saben que se tienen que retractar. Hay quién dice que llevo los duelos casi al terreno personal, tratando a mis compañeros como simples peones a mi servicio. Y la verdad es que no me importa sacrificar alguno si me compensa lo que consigo a cambio. Se trata de ser el mejor, caiga quién caiga.



Pero, a la vez, sé cuidar muy bien de mis colaboradores más importantes, no debo perderlos. Sé que ellos son las torres que me protegen de ataques de los medios de comunicación, de supuestos expertos en ajedrez y de algún listillo que pretende aprovecharse de mi para hacerse famoso.



Y, entre todos mis colaboradores, nadie tan importante como mi Dama. La conocí en mi primer campeonato profesional, justo cuando ella se me acercó para darme la enhorabuena por haberlo ganado. Antes hubiera sido imposible, no atendía a nadie para no distraerme ni perder la concentración. Su admiración hacia mí se convirtió en amor y comenzamos una relación en la que ella entendía que el ajedrez era lo primero. Después de unos años, consiguió que nos prometiéramos y ahora estamos a sólo un mes de casarnos.



Acabo de llegar al restaurante donde hemos quedado a cenar y hablar, seguramente de los últimos detalles de la boda. Me resulta imposible no estar eufórico por mi última entrevista en la revista “Enroque“. No solo aparezco en la portada por mi primera vez, sino que, además, me dedican un reportaje de cinco páginas. Reconozco que llevo la primera hora de la conversación hablando sobre las aperturas que había comentado, las comparaciones con mi eterno rival, los absurdos argumentos sobre si la máquina conseguirá ganarme en algún momento y la enorme presión que tendré que soportar de cara al próximo mundial.



Cuando termino de contar todos los detalles de mi entrevista, me fijó en ella casi por primera vez desde que he llegado. Cara seria, ojeras parcialmente ocultas por el maquillaje, dedos nerviosos jugando con su anillo de compromiso, ojos que amenazan con convertirse en lágrimas.

Justo antes de levantarse de la mesa para salir por la puerta del restaurante, me dice: “Alberto, te dejo”.



Jaque mate.