Desde hace algún tiempo he ido guardando en una caja roja algunas historias, relatos, microcuentos y pensamientos. Algunos reales, otros imaginarios. Ahora los comparto con vosotros...

miércoles, 10 de febrero de 2016

El grupo





No entiendo por qué se enfada mi nieta conmigo, no hago nada malo. Siempre me dice que allí me comen la cabeza, que se aprovechan de mí, de mi desesperación. Pero no estoy desesperada. En el grupo lo paso bien, he hecho amigas y amigos, nos distraemos y nos hacemos compañía unos a otros. ¿Qué hay de malo en eso? Es verdad que tengo que pagar veinte euros todos los meses, en eso lleva razón. Pero son para ayudar a los que lo necesitan. Ángel es de fiar y reparte el dinero entre los que lo necesitan. Y sus charlas son maravillosas, después de tantos años de rezos y plegarias que no me servían para nada. Pero las charlas de Ángel sí me ayudan. Ahora sí creo de verdad. Cuando llegue el momento, estaré preparada. Ángel nos ha prometido a todos que estaremos preparados. La verdadera felicidad llegará y entenderemos el verdadero significado de este valle de lágrimas.



Cuando mi Fede murió se fue sin nada, sin esperanza. Él nunca creyó en nadie, sólo en él. El cura del pueblo siempre le reprochaba eso. "Mucho venir por la iglesia de paseo, pero ni rezas ni participas como Dios manda", le decía. A mi Fede eso le traía sin cuidado. Mientras tuviera su plato en la mesa a la hora de comer y su ropa para el campo preparada, no necesitaba nada más. Ni siquiera a mí, después de casi cincuenta años casados, me hacía caso. "Como no te arrepientas de tus pecados y te redimas, irás al infierno", le recordaba yo cuando me enfadaba con él. Mi Fede se reía y decía "El infierno no puede ser peor que esto". Sé que me quería. A su manera, pero me quería. Ojalá mi Fede hubiese conocido a Ángel. Él hubiera sabido explicarle y habría cambiado. Siempre se lo digo a Ángel después de sus charlas. Y me da la razón. Pero ya es demasiado tarde para él. Pero no para mí.


Por eso me alegro de que Ángel se me acercara aquel día en la puerta de la iglesia. Fue muy agradable conmigo y me acompañó a casa para que no fuera sola. Ese día no necesité mi muleta para caminar, me apoyé en él, era como si fuera de mi familia, como si le conociera de toda la vida. Por eso no entiendo por qué mi nieta no puede ni verle. Ángel lo sabe y por eso no se acerca a ella. Recuerdo lo bien que me explicó cómo estaba formando un grupo de gente de mi edad, que solemos estar solos. "Cuánta razón, hijo", le dije. Me gustó que quisiera cuidar de nosotros. Todas las actividades que me propuso eran perfectas para mi edad: reuniones para hablar de nuestras vidas, de nuestras anécdotas, lecturas de libros que él nos recomendaría, charlas de algunos amigos suyos para que estuviéramos entretenidos, proyectos de solidaridad entre todos, ayudando a los que más lo necesitan... Todo bueno, nada malo. Me pareció poco lo de los veinte euros. El dinero a nosotros ya no nos vale para mucho, con tener nuestras necesidades cubiertas. Y a ellos les hace muchísima falta, cualquier ayuda es poca.


Estoy deseando llegar al local para ver de qué nos habla hoy. Seguro que hoy nos tiene preparado algo interesante, siempre encuentra temas que nos gustan. Si no fuera por la lata de la muleta, habría llegado hace rato. Ahí está, ya llego. ¿Por qué habrá hoy tanta gente en la puerta? ¿Y por qué está la persiana cerrada? Ángel no ha debido llegar todavía y le estarán esperando fuera. A estas horas suele estar, se ha debido retrasar hoy. Pero ¿y esos coches de policía? Qué raro. Y esa que está con los policías parece mi nieta… ¿Qué habrá pasado?