Desde hace algún tiempo he ido guardando en una caja roja algunas historias, relatos, microcuentos y pensamientos. Algunos reales, otros imaginarios. Ahora los comparto con vosotros...

miércoles, 13 de mayo de 2015

Cumpleaños



El chico entra en clase y gran parte de sus compañeros le miran. Algunos de ellos, sus mejores amigos, se acercan con admiración en sus ojos y exclamaciones en sus voces. Le da un poco de vergüenza ser el centro de atención, pero hoy se lo merece. Hoy es su cumpleaños. Y, además de eso, trae su regalo bien visible.

Sus padres se lo han entregado por la mañana, un paquete rectangular envuelto en un papel azul brillante. Casi sin prestar atención al desayuno, lo ha abierto lo más rápido posible. Al romper el papel encuentra el escudo de su equipo de futbol favorito, bien visible en la parte superior de una caja. Y, a través del celofán de la parte delantera, puede ver la camiseta que tanto adora. Blanca, inmaculada, tan bonita como la que se había probado en la tienda unos días antes. Pero con una diferencia: esta es ya suya.

Le cuesta poco convencer a su madre de que le deje llevarla al cole. No lo quiere reconocer, pero sabe que si la lleva puesta, todos van a alucinar. Su madre accede sonriendo, a cambio de que se la ponga por encima del jersey, que aún hace frío y se puede resfriar. "Mejor, más se ve", piensa el chico.

Y ahora, en clase, todos ven que lleva la camiseta que muchos querrían tener. "¿De qué jugador es?", pregunta uno mirándole a la espalda. "Lleva el siete, pero pone mi nombre", responde orgulloso. Se escapa más de un "¡Hala!" entre sus compañeros. "Entonces no es de verdad", le dice Miguel. Y lo ha dicho en voz bien alta, para que todos le oigan. Todos saben que Miguel es un tonto y un envidioso, a nadie le cae bien. "Sí es de verdad, venía en la caja oficial y es de la tienda oficial", le responde el chico, para que todos le oigan. "Ya, pero no es la que lleva en los partidos oficiales. En los partidos oficiales no hay ningún jugador que lleve tu nombre en la camiseta. No es la de verdad". Menos mal que nadie suele hacer caso a lo que dice Miguel.

A la hora del recreo toca partido. Al chico le dejan elegir compañeros, que para eso es su cumpleaños. Mientras los equipos se organizan y empiezan a corretear por el campo de juego, el chico cae en la cuenta de que puede mancharse la camiseta con el balón. Si el primer día se la mancha, su madre le va a regañar y la camiseta irá directa a la lavadora. Y seguro que al lavarla se van borrando las letras. Lo había visto en camisetas de su padre. Recordaba a su madre intentando convencerle de que estaban para tirar a la basura. El chico se quita su camiseta y la guarda en la mochila, apilada junto a todas las demás al lado de una de las porterías. "Ahí no se manchará", piensa.

Cuando acaba el recreo vuelven a clase. El chico ha sudado muchísimo, por el esfuerzo del partido y por el jersey que su madre se empeñó en que llevará puesto. "Si me pongo ahora la camiseta, mi madre dirá que huele mal y la lavará". Volvió a su mente la imagen de algunas de las camisetas de su padre.

Al acabar las clases todos se despiden de él y le vuelven a felicitar mientras reciben alguno de los caramelos que el chico ha llevado para celebrar su cumpleaños. Miguel es el último en despedirse. El chico le da también caramelos, aunque preferiría no tener que hacerlo. "Gracias", le dice Miguel con tono de burla y sonrisa falsa. "Qué idiota...", piensa el chico.

Ya sólo queda el profesor en la clase. El chico abre su mochila para volver a ponerse la camiseta y hacer el recorrido de vuelta a casa con ella puesta. Pero no está. No está en su mochila. La busca entre sus libros, en el fondo, en el bolsillo lateral... No está. "Venga, que te quedas pensando en las musarañas", le apremia el profesor. "¡Tiene que estar! ¡La guardé aquí!", piensa mientras sigue rebuscando sin éxito. Mira debajo de la mesa, al lado de la silla, de nuevo en su mochila. Pero nada.

Los ojos se le empiezan a llenar de lágrimas. "Vengaaaa...", insiste el profesor. El chico se dirige despacio hacia la puerta, mirando en todas direcciones, buscando en cada rincón, fijándose en las perchas... Pero nada. Sale de la clase, con unas ganas enormes de llorar, justo delante del profesor, que cierra la puerta tras él. El chico echa un último vistazo rápido a la clase a través del cristal, por si ocurriera un milagro de esos que cuenta su abuela. Pero nada.

En el pasillo vuelve a mirar dentro de su mochila. Pero nada. Sale corriendo al patio, tan rápido como sus piernas le dejan, yendo directamente hacia la portería del campo de futbol. A lo mejor se le cayó de su mochila sin darse cuenta. Al lado de uno de los postes ve tirado algo en el suelo. No parece blanco, pero podría ser… Pero nada.

En el camino a casa ya no reprime las lágrimas. Ya sólo puede pensar en que es el peor cumpleaños que una persona puede tener en la vida.