Mi
padre fue taxista toda la vida. Ser taxista en una ciudad como la
nuestra no es nada fácil. El tráfico es infernal, los atascos
continuos y los clientes suelen ser muy exigentes. Mi padre era de
carácter tranquilo y reservado, de esos taxistas que sólo intentan
dar conversación durante el trayecto si notan predispuesto al
pasajero. Normalmente llegaba a casa cansado pero nunca de mal humor.
Supongo que por las mañanas, antes de salir de casa, desayunaba una
buena taza de resignación.
Por
eso, la noche que entró en casa dando un portazo y soltando
improperios por el pasillo, todos nos asustamos. Y mucho
más, cuando le vimos aparecer por la puerta del salón: la camisa
con un par de botones menos, por fuera del pantalón, medio
despeinado y el ojo izquierdo con un cerco morado a su alrededor.
-
Pero, ¡por Dios! ¿Qué te ha pasado? - gritó mi madre mientras iba
hacia el cuarto de baño a por el botiquín.
-
¡Valiente imbécil! ¡No se puede ser más gilipollas! ¡Pedazo de
mierda! – paró su retahíla al ver las caras de sorpresa de sus hijos al
oírlo encadenando vocablos del diccionario de la Real
Academia del Insulto.
-
Mejor, tráeme un poco de hielo para el ojo... - le dijo más calmado
a mi madre al verla llegar con el botiquín en la mano. - Me tenía
que tocar a mí... - resopló.
Cuando
mi madre le colocó en el ojo el hielo, bien envuelto en un trapo de
cocina, mi padre contó qué le había ocurrido:
-
Estaba en el aeropuerto, esperando mi turno y ha salido un pasajero a
toda velocidad de la terminal, justo por la puerta enfrente de la que
yo estaba parado. Yo creo que ni ha mirado qué taxi le tocaba y se
ha metido en el mío. Iba a decirle que había otros dos compañeros
esperando, pero como ya estaban a punto de recoger a otros pasajeros
que salían en ese momento, he arrancado para salir de la fila.
Entonces he mirado por el retrovisor y le he dicho "Buenas, ¿a
dónde?" y es cuando me he dado cuenta de quién era.
-
¿Quién? - le interrumpió mi madre.
Mi
padre le dijo el nombre de un famoso cantante, muy conocido en
aquella época por sus canciones y por ciertos rumores sobre sus poco
saludables excesos.
-
¿En serio? – a mi madre se le escapó una sonrisa.
-
En serio. - a mi padre no le hacía ninguna gracia -. Me dice la
dirección, de mala gana, y se pone a mirar por la ventanilla. Yo no
le dije nada, ya sabes cómo soy. Si el cliente está de malas,
prefiero conducir y punto. Pero cuando llevábamos cinco minutos de
trayecto, saca un paquete de tabaco y un mechero de la chaqueta y se
enciende un cigarro. ¡Cómo si estuviera en el sofá de su casa! Así
que le digo que en el taxi no se puede fumar... ¡Te juro por mi
madre que no pude ser más educado! Y, sin decir ni mú, baja la
ventanilla y sigue fumando, ¡sin hacerme ni puto caso! Le volví a
pedir que dejara de fumar, que está prohibido fumar en el taxi. Y le
digo que no es por mí, que a mí no me molesta, pero que luego se me
quejan los clientes. ¡Y de verdad que se lo he dicho de buenas! ¡Si
hasta le estaba sonriendo!
Mi
madre no se atrevía a sonreír, aunque ella siempre dice que se
partía de risa mientras mi padre contaba la historia.
-
Y va el tío idiota y me dice "Pero, ¿tú sabes quién coño
soy yo?". Te prometo que lo primero que pasó por mi mente fue
un insulto, pero me contuve. "Sí, claro que lo sé.", le
dije. "Pero la prohibición de fumar es para todos. No va por
DNI". Ahí ya no le sonreía. Ahí me estaba empezando a tocar
los cojones. Y yo seré todo lo bueno que quieras, pero a mí los
cojones no me las toca nadie, por muy famosete que sea. Pues no te
creas que apagó el cigarro, siguió fumando, mirando por la
ventanilla y echando el humo a propósito hacia mi sitio. Y va y me
suelta "Gilipollas". Así que me dije “Se acabó”. Me
paré en el primer hueco libre que vi al lado de la acera y le dije:
"En mi taxi no se fuma, así que se baja aquí. Son 27 euros".
Y me dice "¡Y un huevo!" Se baja del taxi ¡y se va sin
pagar! Así que yo también me bajé del taxi, le alcancé y, cuando
se dio la vuelta, me suelta una hostia en todo el ojo. ¡Será
cabrón! Pensaba que yo no sería capaz de pegar a nadie, nunca lo he
hecho, pero en ese momento yo le solté otra a él, en toda la boca.
¡Se la merecía! ¡Por maleducado, por insultarme y por pegarme!
Creo que le he partido un diente…
Mi madre apretó un
poco más el trapo con el hielo sobre su ojo mientras nos señalaba
arqueando las cejas. Mi padre arrugó la cara en ese momento por el
dolor.
-
De la comisaría vengo... – dijo después de unos segundos, en voz
más baja y con tono de cierto arrepentimiento.
Nunca
me enteré bien del final de aquella historia. Excepto en ese
momento, mis padres evitaban comentarla mientras estaba yo delante.
Lo que sí recuerdo perfectamente es la noticia en el telediario del
día siguiente, avisando de la cancelación del concierto de aquel
famoso cantante "por motivos de salud".