Desde hace algún tiempo he ido guardando en una caja roja algunas historias, relatos, microcuentos y pensamientos. Algunos reales, otros imaginarios. Ahora los comparto con vosotros...

martes, 5 de mayo de 2015

Pongamos que hablo de Madrid



Mi padre fue taxista toda la vida. Ser taxista en una ciudad como la nuestra no es nada fácil. El tráfico es infernal, los atascos continuos y los clientes suelen ser muy exigentes. Mi padre era de carácter tranquilo y reservado, de esos taxistas que sólo intentan dar conversación durante el trayecto si notan predispuesto al pasajero. Normalmente llegaba a casa cansado pero nunca de mal humor. Supongo que por las mañanas, antes de salir de casa, desayunaba una buena taza de resignación.

Por eso, la noche que entró en casa dando un portazo y soltando improperios por el pasillo, todos nos asustamos. Y mucho más, cuando le vimos aparecer por la puerta del salón: la camisa con un par de botones menos, por fuera del pantalón, medio despeinado y el ojo izquierdo con un cerco morado a su alrededor.

- Pero, ¡por Dios! ¿Qué te ha pasado? - gritó mi madre mientras iba hacia el cuarto de baño a por el botiquín.

- ¡Valiente imbécil! ¡No se puede ser más gilipollas! ¡Pedazo de mierda! – paró su retahíla al ver las caras de sorpresa de sus hijos al oírlo encadenando vocablos del diccionario de la Real Academia del Insulto.

- Mejor, tráeme un poco de hielo para el ojo... - le dijo más calmado a mi madre al verla llegar con el botiquín en la mano. - Me tenía que tocar a mí... - resopló.

Cuando mi madre le colocó en el ojo el hielo, bien envuelto en un trapo de cocina, mi padre contó qué le había ocurrido:

- Estaba en el aeropuerto, esperando mi turno y ha salido un pasajero a toda velocidad de la terminal, justo por la puerta enfrente de la que yo estaba parado. Yo creo que ni ha mirado qué taxi le tocaba y se ha metido en el mío. Iba a decirle que había otros dos compañeros esperando, pero como ya estaban a punto de recoger a otros pasajeros que salían en ese momento, he arrancado para salir de la fila. Entonces he mirado por el retrovisor y le he dicho "Buenas, ¿a dónde?" y es cuando me he dado cuenta de quién era.

- ¿Quién? - le interrumpió mi madre.

Mi padre le dijo el nombre de un famoso cantante, muy conocido en aquella época por sus canciones y por ciertos rumores sobre sus poco saludables excesos.

- ¿En serio? – a mi madre se le escapó una sonrisa.

- En serio. - a mi padre no le hacía ninguna gracia -. Me dice la dirección, de mala gana, y se pone a mirar por la ventanilla. Yo no le dije nada, ya sabes cómo soy. Si el cliente está de malas, prefiero conducir y punto. Pero cuando llevábamos cinco minutos de trayecto, saca un paquete de tabaco y un mechero de la chaqueta y se enciende un cigarro. ¡Cómo si estuviera en el sofá de su casa! Así que le digo que en el taxi no se puede fumar... ¡Te juro por mi madre que no pude ser más educado! Y, sin decir ni mú, baja la ventanilla y sigue fumando, ¡sin hacerme ni puto caso! Le volví a pedir que dejara de fumar, que está prohibido fumar en el taxi. Y le digo que no es por mí, que a mí no me molesta, pero que luego se me quejan los clientes. ¡Y de verdad que se lo he dicho de buenas! ¡Si hasta le estaba sonriendo!

Mi madre no se atrevía a sonreír, aunque ella siempre dice que se partía de risa mientras mi padre contaba la historia.

- Y va el tío idiota y me dice "Pero, ¿tú sabes quién coño soy yo?". Te prometo que lo primero que pasó por mi mente fue un insulto, pero me contuve. "Sí, claro que lo sé.", le dije. "Pero la prohibición de fumar es para todos. No va por DNI". Ahí ya no le sonreía. Ahí me estaba empezando a tocar los cojones. Y yo seré todo lo bueno que quieras, pero a mí los cojones no me las toca nadie, por muy famosete que sea. Pues no te creas que apagó el cigarro, siguió fumando, mirando por la ventanilla y echando el humo a propósito hacia mi sitio. Y va y me suelta "Gilipollas". Así que me dije “Se acabó”. Me paré en el primer hueco libre que vi al lado de la acera y le dije: "En mi taxi no se fuma, así que se baja aquí. Son 27 euros". Y me dice "¡Y un huevo!" Se baja del taxi ¡y se va sin pagar! Así que yo también me bajé del taxi, le alcancé y, cuando se dio la vuelta, me suelta una hostia en todo el ojo. ¡Será cabrón! Pensaba que yo no sería capaz de pegar a nadie, nunca lo he hecho, pero en ese momento yo le solté otra a él, en toda la boca. ¡Se la merecía! ¡Por maleducado, por insultarme y por pegarme! Creo que le he partido un diente…

Mi madre apretó un poco más el trapo con el hielo sobre su ojo mientras nos señalaba arqueando las cejas. Mi padre arrugó la cara en ese momento por el dolor.

- De la comisaría vengo... – dijo después de unos segundos, en voz más baja y con tono de cierto arrepentimiento.

Nunca me enteré bien del final de aquella historia. Excepto en ese momento, mis padres evitaban comentarla mientras estaba yo delante. Lo que sí recuerdo perfectamente es la noticia en el telediario del día siguiente, avisando de la cancelación del concierto de aquel famoso cantante "por motivos de salud".