Desde hace algún tiempo he ido guardando en una caja roja algunas historias, relatos, microcuentos y pensamientos. Algunos reales, otros imaginarios. Ahora los comparto con vosotros...

domingo, 17 de mayo de 2015

La Genia de la lámpara Garavillosa





Había una vez una Genia que vivía dentro de una lámpara mágica. Aunque la lámpara era pequeñita, la Genia era feliz porque con su lámpara viajaba por todo el mundo. Y eso era lo que más le gustaba. Cada nuevo país que visitaba, cada nuevo paisaje que contemplaba, cada nueva comida que probaba, cada nueva melodía que escuchaba, cada nuevo aroma que descubría, la hacía más y más feliz.



En todos los lugares que conocía, la Genia dejaba una huella imborrable. Los que tenían la suerte de conocerla, hablaban maravillas de ella. Todos la llamaban la Genia de la lámpara Garavillosa.



Sin embargo, la Genia tenía desde siempre un sueño que no había podido cumplir. Nunca había podido viajar a la Luna, su lugar favorito. Dentro de su lámpara no podía viajar tan lejos y aunque la Genia podía conceder deseos a los demás, no podía concedérselos a ella misma. Eso no les estaba permitido a los genios. No paraba de buscar el modo de hacer realidad su sueño, pero no lograba descubrir cómo conseguirlo.


En uno de sus múltiples viajes, la Genia se encontró, casi por casualidad, con un trovador. Se llamaba Al-Habino. Al trovador le gustaba mucho inventar historias, aunque pocas veces se atrevía a contarlas en público. Pensaba que sus versos y sus cuentos no eran suficientemente buenos y le daba vergüenza que los demás los escucharan. Así que se conformaba con escribirlos sólo para poder releerlos cuando le apetecía recordar alguno.



La Genia y Al-Habino comenzaron a hablar y descubrieron que se sentían bien. Al trovador le gustaba hablar con la Genia y a la Genia le divertía hablar con el trovador. Decidieron seguir hablando y seguir en contacto, aunque estuvieran a miles de kilómetros de distancia. El trovador compartía a veces con la Genia alguna de sus historias, venciendo el pudor que le daba que alguien tan viajado pudiera apreciar algo interesante en sus relatos. La Genia disfrutaba de las historias y eso animaba al trovador a seguir inventándolas.



Un día la Genia le contó al trovador su sueño de viajar a la Luna y de cómo le gustaría poder hacerlo realidad. Al-Habino se quedó pensando cómo podía ayudar a la Genia a cumplirlo. Pensó en construir un cohete espacial, pero no tenía los medios suficientes para hacerlo. Pensó en atar una cuerda a la Luna y acercarla a la Tierra, para que la Genia pudiera llegar, pero eso era imposible para un simple trovador. Pensó y pensó y pensó y pensó... Hasta que se le ocurrió la manera.



Al-Habino pasó días y días escribiendo un cuento para la Genia. En el cuento describía con todo detalle el viaje a la Luna de una guapa muchacha de ojos grandes y verdes: los preparativos del viaje, la sensación de volar por el espacio, el momento de la llegada y el alunizaje, los paisajes lunares, los paseos sin gravedad por la superficie, las vistas del universo y las infinitas estrellas que le rodeaban, lo pequeña y frágil que parecía la Tierra desde allí, el accidentado viaje de regreso, las explicaciones al volver del viaje a todos sus amigos y conocidos, los sentimientos de la muchacha al recordar toda la aventura...



Cuando tuvo terminado su cuento, Al-Habino se lo contó a la Genia. No podía regalarle la Luna, pero sí intentar con su cuento que la Genia sintiera cómo sería un viaje hasta allí. Con los ojos cerrados, la Genia escuchó con atención el cuento del trovador y pudo imaginar el viaje que tanto había deseado.



La Genia disfrutó tanto del cuento, que decidió conceder al trovador un deseo, el que quisiera: riquezas infinitas, fama mundial, salud eterna, amor verdadero... Al-Habino, tras unos momentos de reflexión, tuvo claro qué pedir. Pidió a la Genia que le siguiera inspirando para inventar cuentos. Le bastaba que le concediera el don de la inspiración y disfrutar de la sensación de que los cuentos que imaginaba pudieran gustar a la Genia. "Eso es muy fácil", dijo la Genia. Y sonrió al trovador.



La imagen de la Genia sonriendo quedó ya para siempre grabada en la memoria de Al-Habino. A partir de ese momento, cada vez que volvía a recordar la sonrisa de la Genia, el trovador sentía la inspiración necesaria para crear una nueva historia que contar. Y, cuando estaba terminada, al trovador le gustaba imaginar que, en algún lugar del mundo, la Genia de la lámpara Garavillosa leería su cuento y volvería a sonreír.