Desde hace algún tiempo he ido guardando en una caja roja algunas historias, relatos, microcuentos y pensamientos. Algunos reales, otros imaginarios. Ahora los comparto con vosotros...

miércoles, 3 de junio de 2015

En el metro




Lo único que me gusta de viajar en metro es poder inmiscuirme por unos minutos en la vida de unos desconocidos sin que se den cuenta. A veces me tengo que conformar con mirarles e imaginarme cómo son. En otras ocasiones, ni siquiera hace falta que me invente nada. Por ejemplo, estas dos mujeres  que acaban de sentarse en frente. Aunque intentan ser discretas, se les oye perfectamente.



- Que me quiere, me dijo...



La que acaba de hablar debe tener treinta y pocos años. Viste traje de chaqueta oscuro que parece de los caros. Diría que es una ejecutiva de alguna de las empresas ubicadas en el centro, hacia donde se dirige el metro. Pelo largo y moreno, muy cuidado, y unos ojos verdes realmente bonitos. El maquillaje oscuro que los enmarcan hace que destaquen aún más.



- Pero ¿cómo que te quiere?



La otra mujer parece mayor, pasa los cuarenta con holgura. Le ha preguntado con cierta extrañeza, dudando. Aunque también va bien vestida, no llega al nivel de la de ojos verdes. En mi opinión, los vaqueros y la camiseta estampada son demasiado juveniles para ella. Lleva el pelo muy corto y teñido de rubio platino. Me temo que la crisis de los cuarenta le ha golpeado fuerte.



- Pues eso, que me quiere. Que está enamorado de mí.

- Pero si os conocéis de toda la vida, ¿no?

- Sí. Supongo que no me había dicho nada antes precisamente por eso, porque somos muy amigos y no lo quería estropear.



Los ojos verdes miran directamente hacia una de las ventanillas del metro, pero no se fijan en nada concreto.



- Y ha tenido que esperar hasta ayer, precisamente. No sabía que habías quedado con él.

- En principio era sólo para darle la invitación y ya está. Pero yo tenía tiempo porque José también había quedado con unos amigos y no quería estar sola en casa. Me propuso tomar unas cervezas y picar algo y me pareció buena idea.

- ¿Y te lo soltó así, sin más?

- ¡No! Estuvimos juntos y hablando un buen rato. Primero de la boda: le conté todo el rollo de los preparativos, los invitados, los agobios por organizarlo todo, lo poco que colabora José… Él escuchaba, como siempre. Luego, no sé cómo, empezamos a hablar de cuando nos conocimos nosotros y recordamos algunas batallitas.



Los ojos verdes brillan un poco. No sé si por la emoción o por la nostalgia.



- Después nos pasamos a los mojitos. Estaba borracho, seguro...



La mujer mayor alza mucho las cejas, casi alcanzan a sus pequeños vecinos rubios de arriba.



- Los borrachos siempre dicen la verdad.

- Ya. Y los niños.

- Este no es un niño, precisamente... Pero, entonces, ¿cómo te lo dijo?

- Pues en un momento de la conversación le dije que no entendía cómo él nunca se había casado. A ver, es cierto que no es un Adonis, pero no está mal. Y es un tío encantador, con mucho sentido del humor y muy buena persona...

- No te vayas por las ramas, ¿cómo te lo dijo?



Los ojos verdes vuelven a perderse en el oscuro túnel del metro. Parecen tristes. Suspira.



- Fue un poco raro. Cuando le dije eso, me contestó que porque estaba esperando a la mujer perfecta. Y me miraba fijamente, muy serio. Pensaba que estaba bromeando, como siempre. Yo me reí, creo que también estaba un poco borracha... Me metí con él diciéndole que siguiera esperando, que no existe la mujer perfecta. Él no dijo nada, me seguía mirando a los ojos.



Desde luego, a mí no me extraña. Esos ojos son dignos de mirar y admirar.



- ¿En serio?

- En serio. Entonces yo dejé de reírme. Y me dice que sí existe la mujer perfecta. Y que la tiene delante. Y que me quiere. Y que siempre me ha querido.



La mujer de pelo corto abre mucho la boca y casi más los ojos. Resopla.



- ¡Buff! ¡Qué fuerte! ¿Y qué hiciste?

- Pues no sabía qué hacer ni qué decir. Me quedé muy cortada. Creo que le dije que me tenía que ir. Me levanté y me marché del bar. Le dejé allí, con el mojito en la mano y la cuenta en la mesa.



Los ojos verdes vuelven a brillar. Y a perderse. Y ella vuelve a suspirar.



- ¿Y hoy no ha dado señales de vida? ¿No te ha llamado o te ha escrito algún mensaje?

- No.

- ¿Y tú? ¿No le has dicho nada a él?

- No.

- ¿Y no vas a volver a hablar con él del tema? ¿Vas a esperar a encontrártelo en la boda y disimular? Vamos, como si no hubiera pasado nada...



La chica de ojos verdes se toma unos segundos antes de responder.



- No creo que venga a la boda.

- ¿Cómo no va a ir? Es tu mejor amigo, sus padres y tus padres son amigos. En tu familia todos le conocen. Sería raro que no viniera, todos los que vamos a ir sabemos que está invitado.



La chica de ojos verdes hace una nueva pausa de unos segundos.



- Seguro que no viene.

- ¿Cómo estás tan segura? Igual espera al momento ese que el cura dice lo de "que hable ahora o calle para siempre" para volver a declararse allí, delante de todos. Y entonces sí que se lía…

- No, seguro que no lo hará. Y eso es sólo en las películas, en las bodas de verdad no es así.

- Bueno, ya me entiendes. ¿Por qué sabes que no irá?



Los ojos verdes vuelven a brillar. Ahora ya no parecen tristes.



- Porque no va a haber boda.